El drama personal y social de la enfermedad de Alzheimer está ligado irremisiblemente al laberinto sin salida de la memoria perdida.
“Al igual que los tejidos, el cerebro envejece. Llega un momento en que las células cerebrales o neuronas no se regeneran totalmente y aparece esta enfermedad que no tiene cura”, explica Rosalinda Guevara Guzmán, coordinadora del Laboratorio Sensorial del Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Descrita en 1907 por el médico alemán Alois Alzheimer, luego de que descubrió placas amiloides o neuríticas en el cerebro de una mujer que en vida había padecido una extraña demencia, esta enfermedad se presenta generalmente alrededor de los 65 años de edad.
“Hasta la fecha no se conoce su origen, aunque entre 5% y 10% de los casos pudieran deberse a un problema genético. Algunos estudios en México han planteado que si los dos progenitores tuvieron antecedentes de esta enfermedad, las posibilidades de que las generaciones futuras la padezcan se incrementan. Sin embargo, no hay resultados concluyentes al respecto”, dice la investigadora.
La proteína beta amiloide se mueve a través de las neuronas. Sin embargo, por causas que todavía se desconocen, en la enfermedad de Alzheimer se queda fuera de ellas y comienza a polimerizarse y a formar placas amiloides en el cerebro.
Por otro lado, los axones (una de las tres partes de las neuronas) están formados por neurofibrillas, cuya función es llevar información consciente y refleja de una neurona a otra. Pero cuando envejecen, las neurofibrillas comienzan a doblarse.
“Como si una carretera se torciera de pronto y nos impidiera continuar el viaje”, ejemplifica Guevara Guzmán.
Así como se ha encontrado que la deficiencia de dopamina está asociada al mal de Parkinson, la de acetilcolina lo está a la enfermedad de Alzheimer. No obstante, lo que se desconoce es qué determina que se polimerice la proteína beta amiloide y forme placas amiloides en el cerebro que interrumpen la comunicación neuronal. Tampoco se sabe por qué razón las neurofibrillas se doblan cuando envejecen.
De este modo, cuando las neuronas, normalmente conectadas entre sí, no se pueden comunicar, la información se pierde. De ahí que uno de los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer sea la pérdida de la memoria.
Dos tipos de memoria
Se ha establecido que una de las estructuras afectadas por la enfermedad de Alzheimer —incluso antes de que ocurra un daño cognitivo, que puede ser leve— es el hipocampo, responsable de la memoria de corto plazo.
“Cuando uno olvida las llaves de la casa o del auto, actúa la memoria de corto plazo y entonces recordamos dónde las dejamos. Pero también contamos con una memoria de largo plazo que nos permite recordar información almacenada durante años”, señala la investigadora.
Se ha encontrado, asimismo, que uno de los sistemas sensoriales que son afectados de manera temprana por esta enfermedad es el olfatorio, el cual está conectado con diversas estructuras y, especialmente, con el sistema límbico, responsable de las emociones (dos de sus componentes son el hipotálamo y la amígdala).
“El sistema olfatorio está conectado en forma primaria con la parte emocional; por eso, un olor puede despertar una emoción en una persona, ya sea un recuerdo agradable o desagradable.”
Avances en el diagnóstico
Hay indicios de que el sistema olfatorio se altera cuando la enfermedad de Alzheimer se hace presente. Ahora bien, lo más común es que una persona de edad avanzada no registre ciertos olores, como el de gas, sin que ello quiera decir que ya padece esta enfermedad.
En conjunto con el grupo de investigación de Patricia Severiano Pérez, del Departamento de Alimentos y Biotecnología de la Facultad de Química de la UNAM, Guevara Guzmán y sus colaboradores diseñaron varias pruebas para estandarizar un test que permitiera identificar algunas funciones olfatorias en personas de diferentes edades (ambos equipos ya se encuentran elaborando otro protocolo que lo mejorará).
La primera prueba consiste en saber cuánta concentración de un aroma se requiere para que la respuesta sea “sí huelo”. Después se le pide a la persona que identifique cada olor de una gama de olores clasificados. Enseguida se le solicita que diga si hay diferencia entre dos olores. Posteriormente se le acerca un tercer olor para que identifique uno diferente.
La prueba más importante —y última— es la de la memoria. En ella se utilizan olores “no familiares”.
El olor a nardo se encuentra entre ellos, y se le da a oler a la persona. La primera vez, alrededor de 90% de los evaluados dice que no lo conoce. A la semana siguiente se le pregunta de nuevo a la persona si recuerda ese olor. Esta vez, 50% responde que sí. En la tercera sesión, entre 90% y 100% lo identifica, o sea, lo recuerda al cabo de tres sesiones consecutivas durante un periodo de tres semanas.