Cannabis Inc., hagamos negocios no la guerra

La decisión de la Suprema Corte de amparar a cuatro ciudadanos para que puedan cultivar y consumir marihuana con fines recreativos dará paso, a la legalización del consumo de la planta. Vale la penar estudiar las experiencias que ya existen y qué mejor que lo que ocurre en Colorado, donde se legalizó desde el 1 de enero de 2014.

Es preciso examinar lo ocurrido: el surgimiento de una industria de la mariguana que crece a ritmos incesantes, el diseño y aplicación de un sofisticado esquema regulatorio para cultivar, procesar y vender la cannabis sin mayor restricción que la edad, en un mercado controlado que deja millones de dólares en impuestos al estado, recursos destinados a la educación. El crimen organizado no aparece más.

Ha sido un proceso largo, no exento de complicaciones financieras y legales. Hay riesgos, claro, pero se avanza. Por eso, tiene sentido la frase: hagamos negocios, no la guerra. Hay que prepararse, desde ya.

La revolución huele a mariguana

Así olía en las décadas de los sesenta y setenta, cuando fumarla se asociaba con lo prohibido, la clandestinidad, la rebeldía contra el establishment.

En la segunda década del siglo XXI, la revolución sigue oliendo a marihuana. Sólo que ahora su aroma es distinto: huele a industria multimillonaria, a consorcios, a inversiones en el stock market. Huele a capitalismo puro.

Y si el “hagamos el amor, no la guerra” definía a los movimientos de los sesenta, el grito de batalla de esta nueva sublevación cambió ligeramente. Ahora es “hagamos negocios, no la guerra”.

Esta es una revuelta armada con un poderoso y agresivo cabildeo que ha sido capaz de construir las alianzas necesarias para legalizar la mariguana con fines medicinales en 23 de los 50 estados de Estados Unidos, y con fines recreativos en cuatro estados más.

Y parece no tener marcha atrás porque en su favor juega la simpatía de más de la mitad de la población estadunidense. Descansa, por eso, más en la gestión política que en la movilización social.

Es una revolución que se sustenta en un cambio de percepción –hablemos de cannabis, no de marihuana; de los beneficios de la cannabis, de su propiedades curativas, no de su poder psicoactivo– que está creando nuevas reglas y nuevos actores.

Al emerger de la clandestinidad ha sacado a la luz a miles y miles de habituales y nuevos consumidores que ahora acuden a los dispensarios en ciudades como Denver para comprar desde un joint hasta una onza de marihuana en variedades que llevan nombres muy creativos: Herojuana, Black Rhino, Moby Dick, Chocolope, Harlequin, Platinum Girl Scouts Cookies…

“Pregunte sobre nuestros especiales del día”, dice la publicidad de Native Roots, uno de los cientos de dispensarios de marihuana recreativa en Denver, que ofrece tres variedades de sativa, cuatro de indica y por lo menos cinco de híbrida. “Sativa te da un súper viaje; indica te pone súper relax, y la híbrida es una combinación de ambas. Es la que yo prefiero”, dice la joven vendedora detrás del mostrador.

Se trata de una revolución cuyo mercado potencial –recreativo y medicinal– se estima entre 25 y 50 millones de consumidores y que, según proyecciones conservadoras, generará alrededor de 21 mil millones de dólares para 2020, una cantidad equiparable al presupuesto para 2015 de un estado –Carolina del Norte– y un poco menor al monto de recursos que los migrantes mexicanos enviaron al país en 2014.

El motor de esta revolución es la demanda, que un analista del Marijuana Policy Project –organización no lucrativa que impulsa la legalización de la cannabis– describió con un par de gráficas elocuentes a un auditorio en que los trajes y corbatas se fundían con brazos tatuados y cabellos teñidos de múltiples colores durante la convención anual de la cannabis en Denver.

El analista mostró que sólo en Colorado, 21 por ciento de los consumidores de cannabis es heavy user, es decir, la consume casi a diario y representa 70 por ciento de la demanda. En el otro extremo de la gráfica, señaló a los grupos que consumen marihuana menos frecuentemente: desde menos de una vez hasta 20 veces por mes. Este grupo, les dijo, representa un enorme potencial de mercado.

Pocas industrias han mostrado la vitalidad y el empuje que caracterizan hoy a la de la marihuana. Una proyección de ArcView indica que a nivel nacional, el mercado para la mariguana legal –recreativa y medicinal– creció 74 por ciento en 2014, un año en el que según este grupo de inversión y análisis de mercado, la industria maduró y creó la atmósfera necesaria para impulsar la legalización en todo Estados Unidos.

En el epicentro de esa revolución destaca Colorado, el estado pionero en legalizar y poner en marcha un sofisticado esquema regulatorio para la producción, venta y consumo de mariguana recreativa, 12 años después de haber aprobado su uso medicinal.

En 2014, el primer año de venta de la planta al público, el estado otorgó licencias para 322 dispensarios o tiendas en las que cualquier persona puede comprar mariguana o productos elaborados con ésta, siempre y cuando muestre que es mayor de 21 años. Además, autorizó 397 licencias para cultivos, elaboración de productos comestibles y el establecimiento de laboratorios de control de calidad. Las licencias relacionadas con cultivo y venta de marihuana para uso médico sumaron mil 416.

En ese primer año de legalización, las ventas de pot, ganja, green, 420, weed, grass, por mencionar algunos de los nombres callejeros de la cannabis, sumaron 700 millones de dólares, cantidad equiparable a los recursos que el gobierno estadunidense entregó a México entre 2013 y 2015 para enfrentar el narcotráfico y el crimen organizado como parte de la Iniciativa Mérida.

La marihuana florece en cualquier rincón de Colorado y no necesariamente en sus vastos y húmedos bosques o en sus verdes praderas. Crece en bodegas equipadas con sofisticados equipos de luces, ventiladores y filtros; en invernaderos urbanos o rurales, en los patios o sótanos de casas, dentro del clóset, detrás del mostrador de los dispensarios. Su olor se expande por la cuadra en los días de cosecha, pero ya no provoca suspicacias ni llamadas a la policía. “Así huele toda la calle cuando empiezan la poda en ese negocio”, dice un vecino en Denver mientras apunta hacia la distintiva cruz verde que muestran los dispensarios médicos en la fachada.

La exuberancia de la cannabis se asocia a números récord en el turismo, con innovadoras empresas como My420Tours, que promueve paquetes vacacionales que incluyen tres noches en hoteles pot-friendly (se puede fumar en sus habitaciones), tours a dispensarios y plantaciones, talleres de cómo disfrutar la experiencia y happy hours a bordo de limosinas. Ofrece, además, sesiones en las que el turista aprende procesos básicos para lograr una extracción segura y sanitaria de los aceites de la planta, ya sea para cocinar o para realizar otro tipo de preparados.

A la marihuana –considerada por algunos analistas como la industria de más rápido crecimiento en Estados Unidos– se asocia también el boom que vive la economía de Colorado. Debido a que la regulación estatal establece que la planta sólo puede ser cultivada en lugares cerrados, la demanda de bodegas para cultivos en zonas industriales ha crecido en forma constante desde 2012 y los precios de venta o renta de estos espacios se cuadruplicaron desde la legalización para uso recreativo.

Estimaciones de Xceligent Inc., firma de bienes raíces para uso comercial, indican que en el primer trimestre de 2014 unos 4.5 millones de pies cuadrados –área equivalente a 78 campos de futbol americano– eran utilizados en Denver como bodegas para cultivar o procesar marihuana, mientras los precios pasaron de 4.74 a 17 dólares por pie cuadrado.

Lo mismo sucedió con la demanda de locales para establecer dispensarios, montar laboratorios de control de calidad, oficinas o cocinas para elaborar productos comestibles. El boom se reflejó también en los precios de la vivienda, que de acuerdo con indicadores inmobiliarios, se dispararon a consecuencia de un flujo de efectivo sin precedente, la creación de numerosos empleos y una constante migración de personas al estado.

La oferta y demanda de mariguana se encuentra detrás de la creación de decenas de industrias paralelas y miles de empleos en múltiples áreas, como en la poda, en la que Susan Chicovsky, una ex curandera espiritual de 63 años, cabello largo y blanco, encontró su nicho de mercado en 2010. “Empezamos con cuatro podadores y yo. Ahora tengo 102 empleados y somos la empresa más grande de servicios de poda en Colorado y quizá en el país”, dice la mujer, quien administra su negocio desde la casa que pudo comprar gracias a las ganancias.

La mariguana ha abierto oportunidades de trabajo para biólogos, agrónomos, químicos, laboratoristas, administradores de empresas, diseñadores, artesanos, constructores, cocineros, podadores, vendedores, secretarias y hasta para periodistas en publicaciones especializadas como The Cannabist, THC. The Hemp Connoisseur, Dope y otras.

Asombra palpar el orgullo que sienten los trabajadores al ser parte de esta revolución. “Amo todo esto”, dice Brooks Worswisck, un joven veinteañero mientras muestra los anaqueles y repisas saturadas de producto en The Farm, uno de los pocos dispensarios de Boulder que presumen de producir marihuana libre de pesticidas y en donde trabaja como gerente. “Me encanta y hago lo que esté de mi parte para que el negocio funcione”.

Y el estado también engordó sus arcas gracias a la legalización para uso festivo. En el primer año de ventas de marihuana recreativa, el Colorado Department of Revenue (la Tesorería estatal) recibió una derrama de impuestos de 44 millones de dólares, cantidad que de no haber entrado a las arcas gubernamentales hubiese ido a parar al bolsillo de organizaciones criminales. La mayor parte de esos impuestos se canalizaron a proyectos de infraestructura en escuelas.

“Colorado está demostrando que el enfoque prohibicionista no fue el adecuado”, dice Michael Elliot, presidente del Marijuana Industry Group, organización que representa los intereses de la industria en Colorado. “La gente sabe que cuando el alcohol era ilegal no había control. Había un ambiente caótico. La mafia, las organizaciones criminales, tomaron el control. Lo que ahora estamos haciendo, esencialmente, es eso: tomar el control (de la industria de la cannabis)”.

UNA REVOLUCIÓN NO TERSA

Tomar el control de una industria cuyo modus operandi ha incluido el lavado de dinero, la corrupción, la violencia y la confrontación directa con el Estado no ha sido fácil, y meterla al orden institucional ha implicado una vuelta de tuerca no libre de atorones.

Pongámoslo de esta forma: antes de su completa legalización en Colorado, se vendía en las esquinas, en los callejones, en entregas discretas a domicilio. No había registro de compra-venta, ni seguimiento del dinero producto de esa transacción, porque usualmente se lavaba para evadir la justicia. Ahora existe un registro más o menos exhaustivo de productores, vendedores y hasta compradores, pero en muchos casos, el dinero se sigue lavando.

¿Por qué?

Porque los bancos obedecen regulaciones federales que clasifican a la planta como un producto ilegal y hacer transacciones monetarias con empresas que viven de un producto ilícito –aun cuando en el estado sea legal– implica un enorme riesgo para ellos. La consecuencia inmediata ha sido que gran parte de los negocios del ramo empezaron a operar sin cuentas bancarias, sin acceso a líneas de crédito, chequeras o dinero plástico y el efectivo se fue acumulando en las cajas registradoras.

“Cuando iniciamos el negocio nunca imaginamos el flujo de dinero en efectivo que tendríamos”, dice el propietario de un dispensario en Boulder, una pintoresca ciudad ubicada al pie de las Montañas Rocosas. “Hubo días en que tenía que llevarme hasta 30 mil dólares en la bolsa e irlos guardando en una caja fuerte mientras resolvíamos el problema del banco”.

Otro empresario lo resumió así al periódico en línea The Cannabist: “Conozco personas que hicieron hoyos en su patio para enterrar el dinero. Nosotros tenemos casas de seguridad y usamos escoltas armadas”.

El enorme flujo de efectivo obligó a los empresarios a buscar alternativas para acceder a servicios bancarios, ya fuera disfrazando el giro del negocio o dando información a medias sobre el origen de los recursos. Sin embargo, eso los coloca en una situación vulnerable, ya que cuando el banco detecta alguna anomalía o algún posible riesgo de intervención federal, cancela la cuenta casi de inmediato. Algunos de ellos han recibido hasta tres avisos de cancelación de cuentas en un periodo de un año.

“Es imposible articular qué tan difícil es este trabajo y qué tantos obstáculos tenemos para operar diariamente”, dice Amy Tancing, propietaria de L’Eagle, un dispensario de marihuana recreativa y medicinal en el área central de Denver. “Tenemos limitaciones con los bancos, con las compañías aseguradoras, con el pago de impuestos, con la publicidad, con todo”.