¿Qué hay de nuevo?”. Aun cuando esta pregunta, con la cual nos saludamos en ocasiones, suele ser retórica, la respuesta que muchas veces damos –“nada”– podría no serlo. Si usted responde así con frecuencia, es posible que su vida se haya vuelto más aburrida de lo que debería. Y, más grave aún, que usted lo sienta así. Nadie desea llevar una vida anodina, ni tampoco andar con gente que lo sea. El hastío puede ser letal. Diversos estudios muestran que aquellos que se quejan de altos niveles de tedio tienen una mayor probabilidad de padecer enfermedades del corazón y morir más jóvenes. La encuesta mundial de Gallup, que podría tomarse como un indicador global del aburrimiento, muestra a partir de datos recogidos a lo largo de 11 años (entre 2006 y 2016) que alrededor del 47% de la población adulta del planeta (el 43% en España) aseguró no haber aprendido o hecho nada interesante el día anterior. Y la verdad es que llevar una existencia soporífera, carente de acontecimientos y en la que “no hay nada nuevo que contar” resulta casi inexcusable en un mundo donde ocurren tantas cosas continuamente. La respuesta inmediata ante una interrogante como la planteada, ¿qué hay de nuevo?, debería ser siempre, y sin ningún género de duda, “demasiadas cosas”. Porque ese es precisamente uno de los rasgos que definen nuestro mundo actual.
Cabría pensar que la observación no es del todo válida, porque cuando alguien le pregunta “¿qué hay de nuevo?”, lo que quiere saber es en qué asuntos anda metido que supongan alguna novedad en su vida, sucesos que tengan que ver con usted, y no qué coyunturas nuevas se están dando en el mundo, tantas que son inabarcables. Aunque, precisamente, una manera de hacer nuestras vidas más entretenidas y plenas es formando parte de una manera más integral de lo que pasa en este tiempo tan tumultuoso en el que hemos nacido. Involucrarse en alguna causa, en algún movimiento, por más que este pueda parecer tranquilo e inofensivo, seguramente nos sumergirá en un torbellino continuo de hechos, noticias, rumores, proyectos y expectativas.
Tampoco hace falta que todo esté anclado a la realidad. Si uno se embarca en la lectura de un buen libro, muy pronto se verá inmerso en su trama y en las problemáticas que se desarrollan, aunque sean ficticias. A mí, si me preguntaran “¿qué hay de nuevo?”, mi respuesta incluiría lo que está sucediendo actualmente en Así empieza lo malo, la novela de Javier Maríasque estoy leyendo. De algún modo vivo, experimento e interpreto todo lo que ocurre en esa historia. De esto se deriva que en la contestación que damos a la interpelación sobre las novedades de nuestra vida se enfrentan, de un lado, los hechos y realidades y, del otro, las actitudes y posturas.
Los hechos tienen que ver con lo que nos concierne directamente a nosotros: lo que nos pasa en el trabajo, en la vida afectiva o en la familiar. Pero cabe considerar también la actitud, en el sentido de que podemos convertir muchos de los acontecimientos de nuestro mundo externo en vivencias propias, que nos atañen personalmente, con las que tenemos que ver y con las que nos conectamos, eventos que referimos e integramos en lo que nos está ocurriendo. Se trata de apropiarnos del mundo y, por ende, de lo que en este sucede. Al fin y al cabo, si uno se integra en lo que tiene lugar fuera de sí mismo, si lo toma como suyo y además descubre que eso siempre puede ser narrado de formas interesantes, no hay forma posible de llevar una existencia aburrida. No se podrá responder “nada” a la pregunta de “¿qué hay de nuevo?”. Aprópiese, pues, del mundo: nadie puede impedírselo. Tal vez de ahora en adelante, cada vez que le aborden con la dichosa pregunta, su respuesta sea “mucho”.