Ejercen ya la ley del ojo por ojo

Enfurecidos vecinos quienes vieron a pareja en camioneta de un joven decidieron hacer justicia por su propia mano

Gustavo decidió cerrar la carnicería a las seis. El gas lacrimógeno lo tenía ya tan dentro que casi se empezaban a ahumar los chicharrones. Antes de eso, por la mañana, los había visto llegar a la plaza, agarrando del pelo a una mujer y pateando por la espalda a un hombre. Otros tantos brincaron los muros de la iglesia para colarse en el campanario y el sacristán se encerró con llave en su habitación porque ya sabía lo que iba a pasar.

Como un río de gasolina, el rumor del secuestro de un vecino había atravesado el pueblo incendiando el boca a boca hasta llegar a la torre más alta de la iglesia. A las 12 sonaron las campanas en Atlatongo, Estado de México, y una marabunta se congregó en la plaza para ejecutar un acto de justicia sumarísima y bestial.

En el quiosco donde toca la banda de música, rodeado de columpios infantiles, Octavio Ramirez y Nayeli Pérez, dos forasteros de unos treinta años que no eran conocidos en Atlatongo, fueron linchados el martes durante horas hasta que murieron. A un tercer presunto secuestrador, Jesús Rivera, de 28 años, lo rescató la policía estatal y el ejército, que entró por la tarde al pueblo cargando con gases y porras.

17 vecinos fueron detenidos y liberados a las pocas horas por falta de pruebas

Todo empezó muy pronto esa mañana, cuando la familia de Ezequiel Flores, un chico del barrio, le perdió la pista al salir para el trabajo. Un hermano reconoció la camioneta negra de Ezequiel donde viajaban los dos forasteros. Antes que pedir ayuda a la policía, acudió a sus casi 4.000 vecinos. Y el pueblo, ante la mirada de unos 10 agentes municipales que les sugerían que se lo pensaran dos veces, dictó la sentencia del talión. Del boca a boca al ojo por ojo.

A la mañana siguiente, el mercadillo de ropa y verdura se ha colocado como cada miércoles sobre una orilla de la plaza. Mientras Marc Anthony suena a todo volumen diciéndole a ella estampa tus dudas en mis adentros que de ternura estoy hecho por dentro, ningún vecino reconoce haber participado de la jauría pero todos tienen su opinión:

Un tendero explica que “de algún modo, el pueblo se protegió a sí mismo. Como las autoridades no lo hacen, todos juntos se protegen. Hoy por ti, mañana por mí”. Comiendo un helado de fresa, una chica se acuerda de las dos veces que la han asaltado este año y remata: “No está bien tomarse la justicia por nuestra mano pero es que ya es mucha la desesperación”.

Otro vecino con una gorra lila del cerdito Pepper le da la razón a la chica del helado de fresa: “viene gente de lejos y nos tira los muertos a las orillas”. Mientras sus dos nietas corretean por la plaza, el señor de la gorra reconoce que él no ha visto a los muertos. Pero se lo han contado.

“En la bolsa de la mujer encontraron la credencial y las tarjetas de crédito del chico. Eso se rumora”, dice haber escuchado una vendedora de baratijas de plata. También se rumorea que el chico supuestamente secuestrado trapicheaba con droga. Gustavo, el carnicero, lo resume así: “El chavo es de una familia de peleoneros y medio borrachones, pero no andan metidos en nada pesado”.

La tesis del secuestro ha sido confirmada por la Fiscalía estatal. Ezequiel Flores apareció a mediodía andando aturdido por una carretera del pueblo. Según la versión oficial, estuvo varias horas retenido en una casa de las afueras. El chico habría identificado ya los dos cadáveres como los de los secuestradores fijándose en sus tatuajes.

Cuando la policía y los militares ya habían descongestionado el ambiente y se habían llevado detenidos a 17 vecinos, el alcalde se acercó el martes por la tarde a la plaza. El priísta Arturo Cantú, que lleva menos de un año en el cargo, cuenta por teléfono que fue a “platicar y a dialogar sosegadamente con el pueblo”. La plática duró hasta las siete de la mañana del día siguiente, cuando la Fiscalía anunció que los 17 vecinos detenidos quedaban libres por falta de pruebas. Otro rumor de Atlatongo: “el pueblo” no dejó salir al alcalde hasta que consiguiera que los vecinos detenidos fueran liberados.

“Yo escuché que él mismo dijo que no iba a marcharse hasta que aparecieran los muchachos que se había llevado la policía”, cuenta un joven de bigotillo felino que acaba de pedir una torta en uno de los puestos de la plaza y prefiere no dar su nombre. Está en paro. Dice que en el pueblo no hay mucho trabajo y que cuando llegó por la tarde del martes “ya estaba todo el desastre”. Y sobre lo que pasó en realidad: “eso sólo lo sabe el secuestrado y los secuestradores. El resto es puro rumor”. (Estado de México)