Iztapalapa, CdMx
Los latigazos cortan la piel, el asfalto quema los pies, la cruz pesa casi 100 kilos... En un lugar de la Ciudad de México, millones de personas asisten a una de las representaciones más reales del Vía Crucis de Jesucristo. En una de las delegaciones más bravas de la capital, Iztapalapa —de dos millones de habitantes—, la Semana Santa es una cuestión alejada de la Iglesia. Una tradición de barrio
Jesús se pasea como una celebridad por las calles de su barrio. Tiene 28 años y hace pocos días que le dijeron que iba a ser Dios. Generalmente para ello uno se prepara al menos cuatro meses, pero al anterior Cristo lo tuvieron que despedir porque descubrieron que estaba casado —¡Menudo escándalo se armó en Iztapalapa!— y el nuevo ha tenido apenas un mes para entrenarse. Eder Arreola es un joven fuerte y alto, aficionado a las carreras espartanas, y no le tiene miedo a la cruz de 100 kilos que cargará descalzo, con una corona de espinas y azotes en su espalda durante dos kilómetros. Porque él es el Cristo de su pueblo y así lo recordarán.
La Semana Santa de Iztapalapa —la delegación más poblada de la capital, con casi dos millones de habitantes— es la más importante del país. Las representaciones de Jesús son tan reales que los latigazos en la plaza pública cortan la piel del protagonista y lo someten a un calvario que acabará con él crucificado, aunque sea durante un minuto. No se clavará, pero después del agotador recorrido lo enganchan con unas argollas a la estructura de madera.
Para ser Cristo en esta delegación, una de las zonas más peligrosas de la Ciudad de México, hay que tener una vida de santo. Además de haber nacido en uno de los ocho barrios de esta delegación y ser mayor de edad, nada de alcohol, mujeres, tatuajes o perforaciones de ningún tipo. Tampoco se puede fumar. Los requisitos son los mismos para el resto de personajes principales, desde la Virgen María hasta Herodes.
La Pasión de Cristo en Iztapalapa es una de las pocas festividades católicas en el mundo donde la Iglesia no tienen nada que ver. Se trata de una tradición vecinal, donde un comité de veteranos es el encargado de organizarlo todo, incluida la selección de los personajes. La doctrina eclesiástica se queda a un lado y es el pueblo de Iztapalapa, reticente habitual a la norma establecida, libre y soberano de sus costumbres, el que decide cómo se celebra esta fiesta. (El País)