Probablemente la mayoría de nosotros habrá visto en alguna ocasión, aunque sea en el cine o en algún anuncio, como ante una negativa a comprarle algún dulce o juguete un niño empieza a llorar, tirarse al suelo y patalear. Estamos hablando de rabietas infantiles, las cuales pueden ser frustrantes para los padres de la criatura, a veces no sabiendo qué hacer para detenerla.
En este artículo vamos a hablar de qué son estas rabietas, del hecho de que son algo habitual y normativo en la mayoría de casos y de algunas pautas a seguir para gestionarlas.
¿A QUÉ LE LLAMAMOS RABIETA INFANTIL?
Todos o casi todos hemos visto en alguna ocasión una rabieta infantil, pero pocas veces nos paramos a pensar en cómo se define este concepto.
Entendemos por rabieta infantil al conjunto de actuaciones y manifestaciones tanto emocionales como físicas que realiza un niño a modo de expresión de sus emociones negativas de frustración o rabia, experimentadas muy intensamente y expresadas con gran virulencia en un corto espacio de tiempo. Este tipo de manifestación explosiva suele incluir lloros, gritos, tirarse al suelo y patalear y agitarse, y en ocasiones también echar a correr y conductas oposicionistas al contacto o cercanía de sus cuidadores.
Generalmente estas rabietas surgen de situaciones de frustración o falta de comprensión de la situación, como consecuencia de no poder conseguir algo que quieren. También pueden darse como respuesta a un intento infructuoso de demostrar una progresiva independencia y autonomía, o incluso como estrategia de manipulación para lograr sus objetivos si aprenden que de ese modo obtienen lo que quieren.
La típica escena que la mayoría de la gente imagina es la que se da en supermercados o en jugueterías, si bien en realidad podría darse en caso cualquier situación, esté o no involucrada otra persona que les niegue sus deseos. Las rabietas infantiles pueden ser algo ocasional o frecuente, dependiendo en cada caso de la personalidad del menor y su capacidad de gestión de la frustración.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que a menos que las hayan aprendido como mecanismos para conseguir sus objetivos generalmente se trata de algo que el niño no hace para molestar, siendo simplemente generadas por no saber cómo responder al malestar.
¿ES ALGO NORMAL? ¿CUÁNDO APARECEN?
Aunque muchos padres pueden encontrar estas situaciones irritantes, injustificadas e incluso preocupantes, lo cierto es que la presencia de rabietas infantiles es normal e incluso frecuente en la infancia.
Aparecen en niños y niñas como respuesta a la frustración, en una etapa vital en que aún no han aprendido a regular emociones intensas. También cuando quieren la atención de sus padres o cuidadores, o cuando no pueden ser independientes Si bien alrededor del año de vida suelen darse algunas muestras de ello, por lo general es especialmente frecuente entre el segundo y tercer año de vida.
Las rabietas deberían ir disminuyendo conforme el niño va aprendiendo a regular sus emociones, siendo lo más frecuente que hacia los cinco años hayan desaparecido o se hayan reducido en gran medida.
De hecho, forman parte de una fase del desarrollo evolutivo, en el que poco irán siendo capaces de adquirir tolerancia a la frustración, la capacidad de demora de la gratificación (es decir saber esperar de cara a obtener beneficios de sus acciones en vez de querer gratificación inmediata) y la capacidad de autogestionarse en mayor medida.
Aunque forman parte de un desarrollo normativo, hay que tener en cuenta que no tienen porqué aparecer en todos los niños. Asimismo, también pueden aparecer de me manera excesiva o alterada en el contexto de algún trastorno conductual, como en el trastorno negativista desafiante, como dificultad a la hora de inhibir respuestas como en el TDAH o como respuesta a la incomprensión de situaciones concretas como en algunos trastornos del espectro autista.
¿CÓMO GESTIONARLAS?
Las rabietas infantiles pueden ser difíciles de llevar y pueden dejarnos paralizados y sin saber qué hacer. Es por ello que a continuación mencionamos algunas pautas básicas para intentar gestionarlas.
En primer lugar, resulta altamente contraindicado el hecho de gritar o pegar a un niño para parar la rabieta: más que hacer que se tranquilice ello le puede confundir todavía más e incluso generará malestar hacia la personas en cuestión. Además hay que recordar que el niño está intentando generar su propia identidad.
Lo que sí se recomienda es permanecer cerca y tener en cuenta la manifestación del sufrimiento, pero sin por ello transigir o mimarle: vamos a ir haciéndole ver qué esa actitud no permite que le entendamos y que cuando se comporte correctamente entonces podrán hablar. Es importante mantenerse firme y no ceder si no queremos que el menor aprenda que ello puede servir para manipularnos. Todo esto debería hacerse sin mostrar rechazo hacia el niño.
Asimismo hay que vigilar que en el desarrollo de la rabieta el niño no genere daños ni a sí mismo ni a los demás, protegiéndole en este sentido. Valorar qué la provoca nos puede ayudar a identificar elementos que pueden ser conflictivos y trabajarlos con el niño, así como no sobreexponerlos a ellos.