Diana era una jovencita alegre, a quien le agradaba salir a caminar en el Ejido Los Cavazos, de Reynosa.
Sus padres, solían llamarle la atención por que en ocasiones, regresaba tarde a casa.
Y es que a Diana, le agradaba pedirle a algún trailero que la llevara a la ciudad y ya entrada la noche, para que la regresara a Los Cavazos.
Esto causaba molestia a los padres pues al ser su hija muy bonita, tenían que algún día, un mal hombre se la llevara o que sufriera un accidente.
EN LA CRUZ
Cada noche, algún conductor detenía su marcha al observar a la indefensa jovencita caminar por la carretera.
Al abordar, la jovencita les explicaba que estaba perdida y que no encontraba la forma de llegar a casa y que tenía mucho frío. Les decía que sus padres no le permitían salir, por lo que escapaba por las noches para caminar.
Entre llanto, la jovencita explicaba que debido a que había caminado un gran trayecto en la carretera, su cuerpo estaba cansado y casi siempre, padecía frio.
Acto seguido, sus benefactores le ofrecían una chaqueta o suéter para que mitigara el frío y se disponían a llevarla a casa.
Al llegar al ejido Los Cavazos, la chica los dirigía hasta su domicilio y al descender del vehículo, pedía al chofer, regresar al día siguiente por la prenda que le habían prestado.
Y así lo hacía, al día siguiente acudían al domicilio y al preguntar por la chica, recibían la desagradable noticia de que Diana tenía ya algunos años muerta.
El padre de la chica conducía a los benefactores hasta el panteón, donde reposaban los restos de su hija y ahí, justo en la cruz que enmarcaba su tumba, se encontraba siempre la chaqueta o suéter que le habían prestado.