“Dios escuchó nuestras oraciones y nos regresó a mi hijo”, exclamó la madre del adolescente ahogado en el río Bravo, al ver que algo flotaba en horas de la madrugada. Iris Adriana Arellano Cortez, de 33 años y su esposo Eduardo César Torres desde que sucedió el accidente mortal no se habían retirado de las márgenes del río, pues confiaban en que rescatistas de Protección Civil encontraran el cuerpo.
Pero los elementos de la cuadrilla de rescate tuvieron que retirarse el sábado poco antes de las 22:00 horas, porque la falta de luz y una falla en la lancha en que realizaban las maniobras.
Sin embargo Iris Adriana y Eduardo César, apoyados por familiares y amigos de Carlos Enrique Arellano Cortez, se resistían al descanso, por el contrario permanecían ahí, esperanzados en que Dios escuchara sus ruegos. Con veladoras encendidas, rezándole a Dios y a San Judas Tadeo, esperaban en la orilla la respuesta divina.
Sintieron que llegaba dicha respuesta, cuando uno de los familiares alcanzó a ver en el agua, con el reflejo de una luz que provenía del lado norteamericano, que la corriente arrastraba un bulto y gritó: “ahí está, ahí está”.
Formaron una mano cadena y llegaron hasta donde el “bulto” flotaba y sí era, ahí tenían sujetado el cuerpo del joven ahogado.
Eran las 4:30 horas y para las 5:00 de la madrugada las autoridades ministeriales estaban dando fe del cuerpo y ordenando que lo trasladaran al Servicios Médico Forense para la práctica de la autopsia.