Desde que despertó, Domingo López sabía que ese sábado 23 de julio, podía morir. Así que, aunque fueran las dos de la madrugada, se sentó en la cama, se puso un pantalón negro y rezó. Prendió las velas del altar de su habitación, hizo círculos en el aire con el humo del copal, extendió la juncia y pasó 40 minutos en silencio moviendo los labios frente a la imagen de la virgen.
Luego desayunó lo mismo de cada día; huevos, frijoles y atole de maíz y comenzó a recibir a los vecinos con los problemas de siempre: el agua no llega, el lindero, la procesión de San Antonio no pasa por mi casa…
El indígena Domingo López, de 57 años, llevaba sólo ocho meses como alcalde de San Juan Chamula- a 10 kilómetros de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas - , pero conocía bien a sus vecinos. Había sido alcalde por el PRI en 2008 y repitió el cargo para el período 2015-2018, aunque por el Partido Verde (PV). Gobernar dos veces fue todo un agravio de acuerdo con los usos y costumbres que rigen este municipio de 60.000 habitantes conformado por 124 comunidades Tzotziles, regadas por los pliegues de Los Altos de Chiapas. Los miembros del Partido Verde que lo eligieron lo recuerdan como un “gran candidato, muy querido por los vecinos y buen gestor”. Un año antes lo habían convencido para que volviera a la política y aparcara temporalmente su vida junto a los camiones sacando arena y grava. Para otros, simplemente era “el tonto útil de un partido tan corrupto como los demás”, dice el antropólogo Gaspar Morquecho.
La mañana del sábado, Pascuala, su esposa, como un ritual repetido durante décadas, se levantó con él, cuando todavía era noche cerrada. “Algo va a pasar”, dijo Domingo, antes de pedirle que se marchara y se escondiera en San Cristóbal. Con la austeridad gestual de los indígenas, el último día de sus 40 años de vida juntos, reconstruye su hijo, se dijeron adiós estrechándose la mano y dándose la bendición.
A las 6:30 de la mañana, el frío gélido de la montaña comenzaba a templarse, con los primeros rayos de sol asomando por la cima. Una vez que estuvo solo, se enfundó el chuj blanco de lana de borrego, cogió el sombrero con cintas de colores, tomó el bastón de mando de las grandes ocasiones y bajó caminando la cuesta que conduce al Ayuntamiento. Tres horas después, Domingo López González estaba cubierto por un charco de sangre; tirado en la plaza del pueblo, con el rostro desfigurado por los golpes y el tiro de gracia en la cabeza.
Dos perros copulan sobre la mancha de sangre donde hace 72 horas yacía Domingo. En el pueblo de las velas, las cruces y los rezos no hay nada que humanice la barbarie y sólo la mancha roja recuerda que la locura se apoderó del lugar donde los animales fornican.
La plaza es una peculiar combinación de viviendas feas de cemento y construcciones tradicionales que estaba llena de gente el día de la matanza. Pero como es habitual en los pueblos después de una tragedia, nadie vio nada. Sin embargo, desde hacía 15 días, todos sabían lo que se estaba cocinando. Días atrás grupos de opositores al alcalde habían recorrido las comunidades organizando a los vecinos para que marcharan hasta la cabecera municipal para protestar por no haber recibido las ayudas prometidas durante la campaña. Al llamado acudieron cientos de personas que se concentraron frente al Ayuntamiento desde las siete de la mañana para lanzar piedras mientras gritaban ladrón y mentiroso. “Las protestas normales, pues”, señala sin ninguna ironía un líder del Partido Verde, con tantos gramos de oro en los dientes como en el reloj.
El alcalde, o Tsetjo (corta cabeza) como lo conocían, encaró la situación y acompañado del resto de regidores tomó el micrófono y acusó desde el balcón a sus opositores del PRI de “engañar” a la gente. Pero a pesar de su fama de buen político, Domingo pronunció esa mañana el discurso más desafortunado de su carrera con una frase que puso el cerillo a la gasolina: “No hay dinero”.
Le exigían que entregara la subvención de 7.000 pesos (340 dólares) que había prometido a cada vecino durante la campaña. Según su equipo de gobierno se había entregado la primera partida y el resto de comunidades recibirían el dinero a medida que llegaran los fondos del gobierno estatal, también del Partido Verde. “Todo estaba perfectamente calendarizado” defiende Mario Collazo, Líder regional de los verdes. Los de abajo le reprochaban que sólo entregaba los recursos a las comunidades afines políticamente. “La intención era tomar la alcaldía y retener temporalmente al alcalde, pero no imaginaba todo lo que pasó después”, explica un vecino ‘en perfecto Castilla’.
Asediado por las pedradas, el equipo de gobierno se protegió en el Ayuntamiento y los escoltas que lo acompañaban dispararon alocadamente causando tres heridos. Desde abajo repelieron los disparos, aparecieron más armas y el lugar se convirtió en un caos de gritos, carreras y ráfagas de AK-47 contra la fachada de la alcaldía. Un grupo, con el rostro cubierto, intentó ingresar al edificio mientras las balas rompían los cristales.
Rodeados y asustados, el alcalde, el síndico, los regidores, el juez de paz y hasta el chofer, intentaron huir por el único lugar posible; la parte posterior. Recorrieron los 32 pasos que separan el balcón de la ventana trasera y se descolgaron por una cuerda hasta la calle, pero los alcanzó la turba. Con un hierro de changarro le abrieron la cabeza y con un palo le atravesaron el cuello a Domingo. A partir de ahí comenzó una orgía violenta de patadas y golpes que terminó con la vida de, al menos, el alcalde y cuatro personas más, aunque hay dudas sobre la cifra definitiva. Pero la muerte no bastó. Una decena de personas arrastró el cuerpo hasta la plaza y durante largo rato siguió golpeando el cadáver ensangrentado y desfigurado de Domingo, el hombre al que convencieron de que volviera a la política. A su alrededor jóvenes con el rostro cubierto gritaban “dale, dale, dale”, hasta que uno de ellos sacó una pistola del morral y le disparó a la cabeza a dos metros de distancia. Todo quedó grabado en los celulares de los vecinos. Para que la humillación fuera completa alguien le bajó los pantalones al cadáver. Cuando a su hijo le dieron la noticia, también le dijeron: “Apúrate, quieren rociar con gasolina el cuerpo”.
Una familia de Chamulas apura una botella de Coca-Cola de 2 litros y eructa sin pudor en el interior de la iglesia. Charlan, musitan oraciones en tzotzil y prenden varias velas. Junto a ellos, sentados en el suelo del templo, una madre recorre el cuerpo de su hija con una gallina agarrada por las patas. El padre, mientras tanto, bebe pox, un destilado típico de caña y maíz. Sincretismo en estado puro. El templo de San Juan Chamula es probablemente la iglesia indígena más visitada de México. Las agencias de turismo incluyen la visita a este misterioso lugar donde los feligreses charlan, comen y beben sentados en el suelo, sobre una cama verde de vainas de pino. De igual forma, tanto las guías como los turoperadores recomiendan no desobedecer ninguna indicación para evitar problemas. Los chamulas tienen fama de ser tan celosos de sus tradiciones como huraños a la hora de compartirlas. Esta semana, diez agencias han suspendido sus visitas desde San Cristóbal de las Casas hasta que se calme la situación. A pocos metros de la misteriosa iglesia están el ayuntamiento y la sede del PRI (Partido Revolucionario Institucional). Sobre estos tres edificios, como una metáfora nacional, ha pivotado siempre la convulsa vida de San Juan Chamula.
Pero ¿quién mató a Domingo?. “Todo indio sabe que las palabras mágicas para sobrevivir son: no sé” explica Morquecho. Sin embargo, cuando se apaga la grabadora y se cierra la libreta un nombre se repite de boca en boca: Marcelino González López, el candidato del PRI derrotado en las elecciones de noviembre por más de 10.000 votos. Una goleada histórica en un municipio donde hasta hace pocos años estaba prohibido ser de otra religión que no fuera la católica ni de otro partido que no fuera el PRI, dice Felipe Arizmendi, Obispo de San Cristóbal de las Casas. Hasta el momento la policía ha detenido a ocho personas, casi todas del entorno del excandidato. El último, el jueves, es el anterior alcalde, también del PRI. “La pelea por el ayuntamiento de Chamula es en realidad una disputa por el control del territorio. Existe una gran descomposición en municipios de Los Altos de Chiapas porque esta región se ha convertido en un corredor para el tráfico de droga, migrantes, mujeres o vehículos ilegales (chocolate)” explica Araceli Burguete, investigadora del Centro de antropología social (CIESAS). “Los grandes cárteles de la droga, Sinaloa, Zetas, Golfo..., no tienen presencia clara en Chiapas porque ese papel lo cumplen los grupos tradicionales de poder” añade. En los últimos diez años han muerto 40 ediles en México por la violencia.
“Es triste lo que sucedió y no queremos que vuelva a suceder. Desde ahorita no tengo partido y gobierno para todos”, dice nervioso el nuevo edil en sus primeras palabras . “Y ahora, están todos invitados a pedir un refresquito en la tienda de parte de la Presidencia Municipal”, concluye junto a las autoridades tradicionales. Las botellas de pox pasan de mano en mano. Temeroso y protegido por más de 200 policías el alcalde que toma posesión es el antiguo regidor, un joven de 30 años que hace una semana se salvó por unos metros de ser linchado.
A la misma hora que los nuevos cargos beben aguardiente, dos cerros más allá, en la comunidad de Yitic un hombre abatido quiere olvidar cuanto antes cualquier tema relacionada con el política. Con la calma de quien está convencido de que su padre está en un lugar mejor, sólo pide dos cosas al mundo: que la gente borre los videos del linchamiento que corren de teléfono en teléfono y que un artista internacional escriba un corrido a la memoria de su padre.
San Juan Chamula (Chiapas)