Chilpancingo, Guerrero
La gente de comunidades de La Sierra y La Montaña que ha visitado el obispo de la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa, monseñor Salvador Rangel Mendoza, lleva el estigma de sembrar amapola en las manos, “pero la Iglesia no debe condenarla pues la mayoría lo hace por falta de opciones.
“La gente que cultiva amapola son de las personas más marginadas del estado y del país. Ellos llevan un complejo de culpa porque cuando rallan el bulbo de la flor, al contacto con el aire, se vuelve negro. Toda la gente que ralla amapola trae las manos negras y se le caen las uñas. Pero son campesinos que siembran la flor, no narcotraficantes”, opina en la casa obispal.
El prelado —quien ha causado controversia por sus opiniones sobre narcotráfico y la pugna de grupos de la delincuencia en comunidades que pertenecen a la diócesis—, asegura que “La Sierra es el eslabón más débil de la heroína; los que siembran están medio esclavizados, reciben un mínimo beneficio y la cultivan para vivir”.
¿Culpa al gobierno por la falta de respuesta en las comunidades?
—El gobierno los ha abandonado en su mayoría, esa gente como no tiene otra opción, se dedica a esta actividad. Si el gobierno invirtiera un poquito más en La Sierra o en La Montaña de Tlapa, o también se vigilara un poco más la educación, invirtiera en infraestructura carretera, en centros de salud, hospitales, sería distinto.
Pero están empleando recursos del pueblo en atacarlos, en erradicar la amapola, esos recursos deberían aplicarse en educación y cultura, porque se acrecenta el rencor contra las instituciones: si quitan el cultivo de la amapola y no dan otra opción, harían otro movimiento, si les quitan eso, ¿de qué los va a mantener el gobierno?, el hambre es la madre de todas las guerras.
¿La solución está en la regulación de la siembra de la flor?
—Es una posibilidad que he hablado con el gobernador Héctor Astudillo. De legalizar los cultivos y utilizarlos con fines medicinales. Los laboratorios Bayer, desde 1980, produjeron medicina con la famosa heroína. No sé qué tan posible sea que de la amapola pudieran sacar la morfina; la utilizan en varias operaciones, todo tipo de dolores, pero si la amapola se pudiera convertir en medicina, estoy de acuerdo en la legalización para ayudar a los campesinos y ya no se penalice el cultivo.
Que haya un estudio de factibilidad, que el gobierno invierta en un análisis de viabilidad.
En la sala de su casa, monseñor Rangel, quien tiene 70 años y ocho meses al frente de la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa, habla de su desacuerdo de que el Ejército fumigue los plantíos y cuestiona: “¿Es legal quitarles el pan de la boca a esas personas?
“Estaría a favor de que el Ejército dejara de fumigar hasta que haya otra opción para los cultivadores de amapola. Les quita la comida de la boca, la tortilla, ¿qué están provocando con esto? ¡Matarlos de hambre! ¡Qué vean qué opciones les están dando!”.
El Estado debe atacar la pobreza no los cultivos, insistió, y con la implementación de un plan de desarrollo, sería la única manera de ayudar.
El obispo ha escuchado a la gente que siembra la planta. Los ha visto entrar a las iglesias, porque la mayoría son católicos, con vergüenza por llevar las manos negras.
¿Los campesinos son pecadores por sembrar amapola?
—Esas personas sufren de cuerpo y alma. Viven aisladas como si fueran animalitos en un corral; siento mucha compasión porque la conciencia en ellos está de salir adelante. Yo les he aconsejado que no secuestren, que no hagan levantones, que hagan el bien, que no asesinen. La conciencia de que son marginadas, yo como obispo, la debo de tener y los debo comprender.
Hace tres años cuando vivía en Huejutla, Hidalgo, fue perseguido por sujetos armados cuando manejaba acompañado de otro sacerdote. Se refugió “como gángster” en un hospital, pues los sujetos le marcaron en alto y luego de que él se echó en reversa y pudo huir, lo persiguieron al menos tres kilómetros. El obispo ha sentido de cerca la delincuencia organizada. Y la delincuencia en su opinión, “crece a falta de oportunidades”.
¿No considera en este tiempo que el narcotráfico está impidiendo el trabajo de cultivar y puede representar un riesgo mayor si el gobierno no hace algo?
—La otra realidad que nos tenemos que dar cuenta es que donde controlan los grupos, vamos a decir de narcotraficantes, es donde está más tranquilo. Ese rumbo de Colotlipa (Quechultenango) es donde está la gente más tranquila, más segura. Pero esos grupos han sustituido la autoridad de esos lugares. Se podría decir que cuando hay control es más tranquilo.
El obispo reiteró que es necesario que haya un pacto a “otra escala” y ponderar el diálogo “con todo el mundo” para evitar conflictos. El gobierno debe elegir algún sitio y arreglar las cosas a cualquier escala y con quien tenga que dialogar, así sean integrantes de la delincuencia organizada
Rangel Mendoza pide que todos contribuyan a mejorar las condiciones violentas de Guerrero. Al gobierno, que invierta en la pobreza y a la gente, que busque un modo de emplearse.
Y alerta sobre otro riesgo en las zonas marginadas: el Ejército en las comunidades porque “¿quién nos puede garantizar que los militares son los más honestos y no hay corrupción”.