“Lo que nos vino a dar el tiro de agracia fueron los tenis, porque la mayor parte de las personas lo usan, casi el 90 por ciento, y ese tipo de calzado no necesita boleada”, comentó don Nolasco Machuca Salazar, de 70 años, quien desde hace más de 15 años es aseador de calzado o bolero, como popularmente se le llama a ese oficio en vías de extinción.
Originario de Tempoal, Veracruz, donde laboraba como jornalero en la cosecha de naranjas, desde que vino a radicar a la ciudad se dedica a la boleada, con excepción de un año que fue vendedor ambulante.
Recordó que antes le ajustaba para los gastos con lo que ganaba en la boleada, pero desde hace varios años la situación cambió drásticamente.
Explicó que del 10 por ciento que no usa tenis, solamente el siete por ciento acostumbra lustrarse los zapatos, mientras que el tres por ciento restante “no conoce una boleada desde que se compran hasta que se acaban los zapatos”
Con la comercialización tinturas express para calzado, la proliferación de tenis y la crítica situación económica que flagela a la población, “cada día que pasa son más los clientes que se alejan, que perdemos. La boleada está a punto de perder brillo, es un oficio en vías de extinción”, comentó el señor Machuca.
Sin embargo no renuncia al oficio y aguanta firme en su lugar ubicado en una plazoleta aledaña a la vieja Estación del Ferrocarril, donde bajo frío o calor lo desempeña a la intemperie sin perder la esperanza, e incluso aún tiene humor para autocríticas irónicas: “Esto me pasa por no estudiar”.
Por si fuera poco, reveló que tienen en contra “la competencia desleal” de boleros ambulantes, quienes no pagan cuotas formales a las autoridades como lo hacen quienes como él están agremiados a la Unión de Aseadores de Calzado de Reynosa, afiliado a la CTM (Central de Trabajadores de México).
“Los boleros ambulantes se ponen en esta área y como ya se las saben de todas, cuando vienen los inspectores se retiran a tiempo, pero al rato regresan para seguirnos quitando clientes”, comentó resignado.
Respecto a la responsabilidad familiar, de llevar el sustento diario, dijo que a su edad aún continua siendo proveedor de sus descendientes menores, porque “los hijos se van pero vienen los nietos”.
Dijo que sus tres hijos, dos hombres y una mujer, de 36, 38 y 40 años, ya hicieron su vida aparte; la hija en segundas nupcias.
Antes ella tuvo una relación fallida en la que procreó dos niñas, actualmente de 12 años la mayor.
“Mis nietas son como mis hijas”, apuntó orgulloso y explicó que él y su esposa, de común acuerdo con su hija, las asentaron legalmente y “nos hemos hecho cargo de ellas desde que nacieron”.
La vida se ha tornado difícil para él y su esposa pero no reniegan, pues en ocasiones solo lleva 30 ó 40 pesos a la casa, a veces 100, y en otras nada porque no hace ninguna boleada aunque se esté ahí toda la mañana y la tarde.
“No te miento, por Dios bendito, ni una sola boleada”,
subraya.
Al llegar a casa le dice a su esposa; “Viejita no hice ninguna boleada, no traigo nada, Y ella me contesta ‘no te preocupes, mañana Dios proveerá’, y me hace sentir tranquilo”, relata el anciano bolero.
Don Nolasco valora: “Que bueno que ella es así, muy comprensiva, no que otras que le gritan al marido porque no llevan dinero a la casa. Por eso en agosto vamos a cumplir 48 años de casados… ojalá llegue a los 50, a las bodas de oro, porque ando un poco amolado con lo de la azúcar y ya me siento muy cansado”.
Sin embargo dijo que no dejará de asistir ningún día a su puesto de bolear; una silla a la que colocó tablas madera a los costados para evitar que a los clientes les azote el gélido viento de los frentes fríos, mismas que adaptó con unas rústicas ventanillas corredizas para que les llegue más la corriente de aire en tiempos de frenético calor.
Y ahí lo encontrarán, quien sabe cuantos años más, los que quieran bolearse los zapatos.