El horizonte, como la felicidad, se aleja cada vez que tratamos de acercarnos a él. Cuando creemos acariciarlo vuelve a distanciarse en un movimiento perpetuo de promesas y sobresaltos, euforias fugaces e insistentes remordimientos. Principalmente, porque la idea de felicidad se entrelaza constantemente con el placer. Y en nuestro interior, en nuestras acciones y pensamientos, la voluptuosidad del goce produce un choque entre lo que la sociedad considera vicio o virtud. Esto es así porque no hay cultura que no haya tratado de ordenar históricamente, mediante las leyes, la religión o las costumbres, ese frente confuso que denominamos placer. Hoy sabemos que tras la neurobiología del gozo converge un pequeño grupo de regiones cerebrales conectadas entre sí junto a un cóctel de neurotransmisores capaces de segregar sustancias como la dopamina o las endorfinas, responsables del bienestar. Ese itinerario hacia el hedonismo lo comparten todos los mamíferos, pero las emociones y el significado social que entran en juego en el ser humano lo hacen más complejo que en el resto. Si observamos detenidamente, percibiremos que la complacencia estimula conductas para la supervivencia de nuestra especie como el comer, el copular y las relaciones sociales. Por otro lado, el neocórtex –conocido como el cerebro racional– se desarrolló para poder establecer relaciones complejas entre las personas. Por ejemplo, cuando ayudamos a alguien, la sensación de bienestar la provocan la vasopresina y la oxitocina, hormonas liberadas por el hipotálamo que nos hacen sentir bien y que están muy implicadas en los lazos sociales. En buena medida, porque nuestros ancestros aprendieron a compartir sus habilidades y su comida.
Desde el punto de vista de la alimentación, como explica el neurocientífico David J. Linden en su libro La brújula del placer, la evolución del cerebro, en su vocación por alentar nuestra voluntad de sobrevivir en periodos de escasez, ha provocado que el botón del placer se active con los alimentos ricos en energía. Esto explicaría la tendencia hacia la glotonería y la querencia hacia los productos grasos y con sal. Se podría afirmar que estamos cableados para que cada vez que consumimos chocolate, quesos, un buen chuletón o un vino de Jerez, la zona del circuito de recompensa segregue endocannabinoides, un cóctel químico de neurotransmisores, opiáceos endógenos que generan placer.
CALORÍAS
El plátano aporta 89 kilocalorías por cada 100 gramos. Tiene un bajo índice en proteínas.
Micronutrientes
Esta fruta destaca por su contenido en vitamina B6. También es rico en potasio y pobre en sodio.
Minerales
El cacao es rico en potasio y magnesio. Tiene un alto porcentaje en ácido oleico, que disminuye el colesterol.
Antioxidantes
Es ideal para el sistema cardiovascular por su elevado contenido en estos compuestos naturales.
CREMA FRÍA DE PLÁTANO Y CACAO
Ingredientes (para cuatro personas)
Para la crema: dos yogures naturales, cuatro cucharadas de cacao puro
en polvo, dos de miel, otras dos de vino dulce o de licor al gusto, dos plátanos maduros, cuatro onzas de chocolate (70% cacao), barquillos tostados y cacao en polvo.
Elaboración
La crema:
1. Poner los yogures sobre un paño y este sobre un colador. Dejar así toda la noche en la nevera para eliminar el suero.
2. Servir los yogures desuerados en un tazón y agregar el cacao en polvo, la miel y el vino dulce. Homogeneizar con una cuchara hasta obtener una pasta fina, lisa e uniforme.
3. Batir los plátanos en una charola de sobremesa hasta obtener un puré liso. Pasarlo después por un colador fino.
4. Mezclar el puré de plátano con la pasta anterior hasta que ambos estén perfectamente integrados. Reservar en la nevera.
Acabado y presentación
Picar las onzas de chocolate de manera irregular.
Untar la crema en los barquillos de manera casual.
Terminar espolvoreando con el chocolate picado y el cacao en polvo.