El ‘design thinking’ o pensamiento de diseño va más allá de que las cosas sean bonitas o feas. Nos habla de las personas y de sus necesidades. De su manera de ver la vida. Si hoy esta filosofía se imparte en las principales escuelas de negocios es por su sencillez, utilidad y capacidad de transformar la realidad. Un buen diseño gráfico puede hacer que una idea o empresa tenga éxito o no. Si aplicamos la metodología que ha seguido el creador a nuestro trabajo o rutina, podemos mejorar muchos aspectos. Hasta hace relativamente poco tiempo asociábamos el diseño a formas más o menos sofisticadas, a colores llamativos o a elementos estéticamente agradables a la vista. Ahora, sin embargo, ya sabemos que Steve Jobs estaba en lo cierto cuando decía que el diseño no es solo lo que se ve o se siente, sino algo que “realmente funciona”. Y es ahí donde radica el principal secreto de lo que hoy conocemos como design thinking, que es un método que da buenos resultados.
Ya sea la silla en la que estamos sentados, la taza de café con la que no nos quemamos los dedos, la pantalla táctil de nuestro teléfono o un simple abrelatas. Todos estos objetos cumplen el propósito para el que fueron concebidos y son fruto de una idea que llevó a cabo un diseñador. Pero ¿qué tiene que ver esto con nosotros? Mucho. Tan poderosa se supone esta filosofía de trabajo que Bill Burnett y Dave Evans, dos profesores de la sección de design thinking de la Stanford d.School (Estados Unidos), centro de referencia en esta materia, han empezado a aplicarla al crecimiento personal. En su libro Designing Your Life. How to Build a Well-Lived, Joyful Life, ambos explican que los mismos procesos con los que se crean productos tecnológicos o espacios asombrosos pueden aplicarse para dar una nueva forma a nuestra vida. Estos son los cinco pasos que, según ellos, debemos seguir.
LOS CINCO PASOS
Empatizar. Lo primero que hay que hacer es observar, prestar atención a la gente y ser capaces de ponernos en su lugar. Así podremos resolver de forma creativa todo aquello que nos propongamos mejorar. Pues bien, en nuestras vidas ocurre igual. Debemos ser capaces de empatizar con nosotros mismos, algo que parece un sinsentido, pero que nos invita a observarnos atentamente. El secreto es darnos cuenta de nuestros hábitos y rutinas para ser capaces de detectar qué es lo que queremos mejorar. ¿Cambios en la alimentación? ¿Introducir algo de ejercicio en nuestro día a día? ¿Ser más amables con la gente? ¿Prosperar en el trabajo? Lo que sea, pero si conectamos con nosotros mismos encontraremos la respuesta adecuada.
Definir. Una vez que tengamos detectado lo que queremos mejorar, cambiar o transformar, llega el momento de definir claramente lo que pretendemos conseguir. Establecer mejores relaciones con la gente que me rodea, o hacer más deporte y así perder un poco de peso a la vez que se mantiene la forma física. Dejar de fumar. Ir a la universidad y estudiar Bellas Artes. Estos son solamente ejemplos, pero cada uno deberá definir lo que quiere conseguir. Un buen ejercicio es dejar por escrito cuáles son las metas. Una y otra vez hasta que la frase nos convenza de lo que hemos escrito. No olvidemos que, si el problema que queremos solucionar no está bien definido, será mucho más difícil encontrar una solución creativa.
Idea. Imaginemos que hemos llegado a la conclusión de que queremos introducir una rutina de ejercicio diario en nuestra vida. Muy bien, pues ahora llega el momento de pensar en varias ideas. Podemos ser todo lo alocados que queramos: apuntarnos a una liguilla de fútbol entre aficionados, practicar en la barra americana, hacer aeroyoga o probar un deporte como la esgrima que, a lo mejor, nos motiva más. Da igual el qué, lo importante es tener cuantas más cosas en mente mejor.
Plan de acción. Llega la hora de elegir el proyecto que más nos guste. Imaginemos que hemos decidido que la esgrima puede ser una forma diferente de quemar calorías. Pues bien, debemos planificar cómo llevaremos a cabo esta actividad, cómo encajarla en nuestra rutina. Algunas de las preguntas que debemos resolver son: ¿Dónde lo haremos?, ¿en qué horarios?, ¿lo puede asumir nuestra agenda actual o deberemos introducir algún ajuste en ella? o ¿tenemos el material necesario?
Prueba. La última fase, y tal vez la más importante, es la de llevar a la práctica todo lo que hasta ahora está en un papel.
Entonces veremos fallos en nuestro plan que necesitarán ajustes, revisiones y retoques para que, al final, nuestra idea funcione. Lo mejor de todo es que el design thinking no se agota. Una vez que hayamos conseguido diseñar la mejor manera para introducir la esgrima en nuestra vida, podremos empezar de nuevo y probar otra cosa en cualquier ámbito que nos interese. Y lo mejor es que, sí, funciona. (EPS)
USTED ESTÁ AQUÍ
En la entrada de la Stanford d. School, un centro estadounidense especializado en design thinking, hay un pintoresco cartel que da la bienvenida a todo aquel que decida estar en contacto con esta filosofía. En él se puede leer: “You are here”. O lo que es lo mismo, “usted está aquí”. Y no, no es una broma universitaria ni una tomadura de pelo. Es algo muy importante para todos los miembros de este instituto de innovación, ya sean profesores, doctores, alumnos o exalumnos. Esa sencilla frase les recuerda que el principio básico del pensamiento de diseño es ser consciente de dónde está cada uno y desde dónde empieza a resolver cualquier problema. El aquí y el ahora. Ese es el principio de todo. Para darnos cuenta de dónde estamos debemos abrir los ojos, ser perceptivos con el entorno y que no se nos escape ninguna de las posibilidades que se dan aquí, en este preciso momento.