Sólo fueron 16 minutos de fervor, de un Estadio Olímpico que hirvió para quedar el final como un témpano.
Uno que otro aplauso, un “¡Goya!” de consuelo, un “¡Sosa, Sosa!” para tratar de animar a su héroe de los primero 16 minutos y su villano de la tanda de penales.
Una vez más los tiros desde los 11 pasos arrebataron la alegría a los aficionados felinos, tal como pasó en la final de la Liga ante Tigres.
Ahora fue Independiente del Valle el club que borró la sonrisa a la noche en CU.
Porque en los primero minutos todo fue felicidad. La afición auriazul tuvo una recompensa rápida a los más de 60 minutos que dieron vueltas al estadio para encontrar un lugar de estacionamiento, a la reventa que la hizo presa ante la alta demanda, a los cánticos que fueron el primer “saludo” de intimidación al rival.
Los seguidores felinos apretaron al árbitro en cuanto algún jugador universitario cayó al césped, exigieron tarjetas, cumplieron con el rol característico de la “hinchada” sudamericana al ser un factor de ahogo para el adversario. Y en esos 16 minutos, gozaron del par de tantos de Sosa, los que le dieron la vuelta al global.
Pero más tarde llegó el periodo de tensión por el gol de la visita que emparejó la cuenta.
Ante tal problema la gente regresó a ese comportamiento incisivo, encimoso como si se tratara de la marca férrea de un zaguero.
Poco a poco la angustia empezó a empoderarse de estos seguidores, sobre todo cuando acabó el tiempo regular y fue inevitable el viaje a los penales. Ahí la gente intentó de nuevo animar a su equipo, se entregó en cada tiro con la luz de los celulares en alto en espera de otra respuesta, ahora incluso divina.
Pero falló Sosa el cuarto tiro, el telón cayó y sólo quedó el desconcierto y las lágrimas.