Mató y comió a su madre

Llevaban una vida de violencia familiar hasta que la asesinó para luego comerse el cuerpo junto con su perro

El policía tuvo que bajar a la calle a tomar un poco de aire. Era la primera vez en su carrera que contemplaba la obra de un caníbal.

Arriba, en la vivienda, la escena era repulsiva. Alberto Sánchez Gómez, un chico bajito, con cara de niño, de 26 años,  había fileteado el cadáver de su madre y lo había repartido en recipientes para guardar comida. Al ser descubierto, confesó estar comiéndoselo con la ayuda de su perro.

La primera persona que echó de menos a María Soledad Gómez, de 66 años, fue una amiga íntima. Llevaba sin verla un mes, algo que le parecía extraño. La mujer solía comprar a diario en Mercadona y después se tomaba una cervecita y una bebida en algún bar de los alrededores de su barrio, el de Ventas. ¿Dónde estaba ahora? ¿Se había marchado sin decir nada? Imposible. La amiga lo denunció a la policía, que envió el jueves dos coches a la calle de Francisco Navacerrada.

Allí, los agentes se encontraron a un muchacho que dudó cuando le preguntaron dónde estaba su madre. Cuando lo vieron perderse en explicaciones confusas, insistieron para que les dejase entrar. Al fin lo hizo. Se encontraron con los pequeños recipientes llenos de carne humana esparcidos por la casa. Fue entonces cuando uno de los policías no pudo aguantar lo que estaba viendo. Bajó a la calle, descompuesto y lívido. A continuación, vomitó.

En el barrio era conocido que https://elpais.com/tag/parricidios/a” el parricida confeso maltrataba a su madre. La víctima lo había denunciado hasta en 12 ocasiones. Su hijo mayor, casado y enfocado en su propia vida, había intentado mediar en los problemas familiares, sin éxito. Cuando a Soledad le preguntaban por los moratones que lucía en el cuello y en los brazos, solía contestar que se había caído mientras paseaba al perro.

Los vecinos recuerdan que la familia se instaló en esta calle cercana a la plaza de toros a mediados de los años noventa. El padre, ebanista, llevaba a los hijos a jugar al fútbol los fines de semana. Después comían en algún restaurante de la zona. Era la escena de una familia corriente, que comenzó su desintegración tras la muerte del mismo, hace 15 años.

El presunto asesino estudió la primaria en un colegio cercano, el Calasancio, y la secundaria en Natividad de Nuestra Señora. Pasó una temporada en Atenas, la capital griega, donde estuvo un tiempo sin dar señales de vida. De vuelta a casa comenzó sus estudios en http://www.escuelasuperior-hosteleriaturismo-madrid.com/ la escuela de hostelería.

Era habitual que fuese contratado para banquetes en hoteles y restaurantes de nivel. Cerca de su casa también trabajó, concretamente en el bar El Paseíto, que lo contrató para la feria de San Isidro de 2017. Atendió a la clientela en camisa blanca. Su madre iba a verlo detrás de la barra. “Lo cogieron durante dos meses por la feria de San Isidro. Era muy callado, muy discreto y algo lento para un negocio como este”, recuerda un cliente. También trabajó para una empresa de trabajo temporal en empleos esporádicos en coctelerías.

Chechu, un amigo de Alberto, dice que últimamente lo había visto “como ido”. Le llamó la atención su comportamiento errático. Dice que pasaba tardes enteras en compañía de vagabundos en el parque de Eva Perón, fumando y bebiendo vino de tetrabrik. Y que le había visto con la cara llena de tizne y recogiendo colillas del suelo. La última vez se lo topó en la puerta del garaje. Temblaba y sostenía en la mano un cigarrillo. Le dijo al cruzárselo:

— Hasta luego, niño.

Alberto le contestó con un adiós seco que a Chechu le pareció la respuesta de un autómata. Un amigo de la misma pandilla, rapado al cero y que dice ser skin head, explica que a él le parecía un tipo raro, que se sentaba con ellos en el banco y podía estar ahí sentado, sin hablar, durante horas.

Otros añaden otra visión de él: “Era un chico muy normal, callado”. Eso sí, detrás se escondía un claro caso de malos tratos. “Muchas veces bajaba la madre llena de moratones y nos decía que se había caído con el perro”. asegura Tito, el dueño de una tienda de fontanería situada en el edificio de enfrente. La madre nunca acusaba al hijo, según Tito.

“Muchas noches estaba a las dos de la madrugada sentado en un banco en una placita. Parecía fumado e incluso drogado. No se daba cuenta ni de que pasabas a su lado”, afirmó un vecino del número 52 de la calle. “Le quitaba algún objeto de valor a su madre y se lo gastaba en droga. Este verano pasado, dicen que estuvo tres días sin saber dónde estaba en el aeropuerto de Atenas, en un viaje que hizo a Grecia”.

Los amigos del parricida confeso se concentraron este viernes en el portal de la casa. No salían de su asombro. Lo describen como un chico taciturno, que paseaba con el perro. Solía llevar unos audifonos puestos que lo aislaban del mundo. Un amigo de Chechu se acercó al corrillo.