Sólo le dieron la clave de ‘patas’ para salvar la vida
Desde Oaxaca a Monterrey y de ahí a Nuevo Laredo, el menor de 14 años intentó cumplir el sueño americano pero antes había que evadir al crimen organizado. Logró cruzar el río pero lo atrapó la Migra
Es un inocente, un angelito más que como muchos otros no intenta otra cosa que no sea cruzar esa delgada línea que divide, según él, al bien del mal. Al bien comer, al bien vestir, al bien aprender y al bien ganar (hablando de dinero), del mal comer, vestir, aprender y mal ganar. Dos son sus sueños: reunirse de nuevo con sus padres de quienes tuvo que separarse hace muchos años y convertirse en un doctor que salve vidas. Quería llegar a la tierra prometida. Quería vivir “el sueño americano”.
Sin maletas, con sólo un boleto sin fecha de regreso y junto a su tía, comenzó la travesía desde Oaxaca hacia Monterrey, subiéndose a uno de esos pájaros con alas de metal.
Con nada más que la palabra “Patas” grabada como un tatuaje en su memoria, dejó atrás sus raíces un día como hoy pero de hace una semana exactamente.
Esa palabra fue la clave que le dieron para evitar a la mafia. Para salvar la vida en caso de ser necesario una vez que llegara a tierras fronterizas.
Hasta ahí todo iba bien. Llegando a Miguel Alemán pasó dos días recluido en un cuarto de hotel, esperando las nuevas instrucciones y que el dinero que sus papás habían pagado con tal de tener a su único retoño de vuelta en sus brazos, rindiera sus frutos.
El “pollero” de cabecera de la familia, el que cruzó a sus papás y a otros tíos, lo recoge junto a otras cuatro personas y en seguida arma parejas. Los va a cruzar de dos en dos en una lancha llegando literal, a orillas del Río Bravo.
Una vez ahí, bajo el cielo nocturno y con las esperanzas puestas en su guía y en el pequeño bote que tenían bajo su pies, emprendieron su corto viaje a suelo gringo, que a pesar de tener tan pero tan cerca a sus ojos parecía muy pero muy lejano.
Avanzan poco a poco en las quietas aguas del Bravo del Norte hasta que de repente una luz brillante les apunta y una voz pregunta “¿Quién anda ahí?“ No contestaron. Pensaban que era la migra. Paranoicos y asustados saltan al río.
- “Aguantamos la respiración lo más que pudimos, intentamos no dejarnos llevar por la corriente y movernos lo menos posible hasta que escuchamos de nuevo que alguien preguntó: ¿Eres tu güey?” era el socio que sabía que le faltaban dos personas.
En ese momento, el Ángel adolescente de tan sólo 14 años y su tía luchan con todas sus fuerzas, el instinto de sobrevivencia los hace mover sus brazos y piernas a toda velocidad y logran tocar tierra. Empapados pero liberados piensan ya suelo estadounidense.
Caminando en la obscuridad, entre la hierba áspera, el guía recibe una llamada de otro de sus contactos y les dice que las cámaras de calor en la avioneta que esta a punto de pasar sobre sus cabezas los detectó y van tras ellos.
- “¡Abajo!.. fue lo único que nos gritó y nos escondimos entre los arbustos, nos tapamos con tierra, hojas, piedras y todo lo que encontramos y nos quedamos callados por no se cuánto tiempo. Seguramente no fue mucho pero a mi se me hizo una eternidad” relató el jovencito.
Escucharon los pasos de los oficiales pero no lograron encontrarlos en ese momento hasta que: “riiiiiiiiiing”. El sonido del celular, una llamada entrante los delató.
En su cabeza estaba viendo la escena de una película entre acción y suspenso hasta que el miedo reflejado en su cuerpo a manera de temblores, sudor de la cabeza a los pies, una taquicardia incontrolable y el correr de la adrenalina en sus venas le hizo ver que era real y que el era el protagonista. La víctima. Un “dreamer” más, un número que se añade a las estadísticas de jóvenes migrantes.
- “Me esposaron a mi, a mi tía y otros que cruzaron con nosotros. El contacto del pollero corrió y se escapó. Nos hablaban en inglés, no entendía nada, nos tuvieron como hasta la 1:30 am en un carro de los oficiales y se llevaron a mi tía”.
Fue a dar a “La Hielera”. Un sitio que por lo que cuenta, le sienta como anillo al dedo a ese lugar frío, obscuro y desolado en el que los minutos se pasan como horas y las horas como días enteros.
Lo despojaron de su ropa para lavarla, le prestaron un cambio y al devolverle sus prendas, bastó un rato no tan largo para que llamaran su nombre: Jesús Ángel y lo trajeron al CAMEF en Reynosa.
Para este día, el ángel de esta historia, ya debe de estar de vuelta en su tierra natal, junto con su tía que salió un día antes que él. Dedicándose a estudiar y a esperar que pase el tiempo para volver a intentarlo, pero esta vez, con sus papeles en mano y una cédula profesional que lo avale como médico.
“Ya hablé con mis papás y lloraron mucho. Nos extrañamos. Pero dijeron que esta bien. Que todo va a estar bien”.
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