¡Ootra vez!

Samara, Rusia

La historia se repitió. Cuatro años después, pero con el mismo resultado. México quedó eliminado en octavos de final. El quinto partido deberá esperar, porque simple y sencillamente, el proyecto llamado Juan Carlos Osorio, fracasó. Sí, el colombiano, hombre trabajador, honesto y estudioso, no pudo con el paquete. Sus métodos novedosos, toda su filosofía, sirvieron para lo mismo que se ha hecho desde 1994. Para llegar a octavos y ya.

Fracaso en conjunto. Fracaso de la llamada “generación dorada”, el grupo de jugadores que militan en Europa, en las mejores ligas del mundo, quienes hablan y profesan una mentalidad nueva, pero a la hora de la verdad, no demostraron ser de élite. Fracaso de los directivos, quienes no se dieron cuenta de que a pesar de los resultados obtenidos, el nivel de juego no era el adecuado para dar un golpe de autoridad a nivel mundial.

Brasil, el Brasil de Neymar, Philippe Coutinho, Willian y Casemiro, fue práctico y efectivo. No dominó, no avasalló, pero mereció ganar. México fue rival por tan sólo 20 minutos. Después, se encomendó a Memo Ochoa para que sostuviera el cero.

Porque sí, la posesión en el juego fue mexicana. Osorio lo presumió en la rueda de prensa posterior, pero si con posesión tiras dos veces al marco contrario ¿para qué se necesita el balón? Brasil, con menos tiempo, bombardeó al arquero mexicano, quien detuvo lo que pudo, menos dos obuses.

La inclusión de Rafa Márquez en el cuadro inicial parecía un suicidio, pero el capitán —en su última cabalgata— jugó con pundonor, aunque quizá no con eficacia. Acabó la primera parte pidiendo esquina y quizá ahí fue donde el Tricolor comenzó a perder.

El partido terminó y otro Mundial se cerró para la Selección. Fracaso es una palabra que se usa demasiado en las crónicas deportivas, palabra con tintes de drama, pero también de juicio. México volvió a perder otra oportunidad. Cuatro años en los que no se avanzó, aunque los optimistas dirán que no se retrocedió. Cuatro años, y otra vez volver a empezar.