Durante cinco entradas, el novato de los Bravos de Atlanta, Ian Anderson, hizo recordar a Don Larsen en 1956.
En la Serie Mundial de aquel año, el abridor de los Yanquis lanzó el primer y único juego perfecto en la historia de los Clásicos de Otoño, ante los Dodgers de Brooklyn.
Con todo y lluvia, Anderson estuvo implacable ante la ofensiva de los Astros, pese a otorgar tres bases por bolas, pues no le permitió ni un hit a la ofensiva que más imparables consiguió en la temporada regular (1,496).
Con joya de Ian Anderson, Atlanta vence a Houston en el Juego 3 y pone 2-1 a su favor la Serie Mundial.