¡El más grande!

El astro serbio, de 37 años, añadió el último laurel significativo que faltaba en su rutilante colección de trofeos tras vencer en la final a Carlos Alcaraz

París, Francia

Miraba fijamente su medalla antes de besarla una y otra vez. Transmitía ese amor sincero por el metal áureo que tanto buscó y por fin encontró.

Novak Djokovic se colgó la medalla de oro en unos Juegos Olímpicos gracias a la magnífica actuación que tuvo frente a su nuevo gran rival, Carlos Alcaraz. El serbio se impuso por doble 7-6 al español, y ahí apareció el lado más humano del tenista.

Pocas veces se le ve llorar a Nole y una fue en la arcilla de Roland Garros, tras ver la presea brillando en su cuello, porque "Lo que he sentido al ganar el oro supera cualquier otra cosa en mi carrera".

Aunque no es de las superficies que le encanten, no tenía de otra. Sabía que quizá era la última oportunidad que tenía para cumplir con ese pendiente tenístico, así que aguantó la juventud, la fuerza y las ganas de trascender de Carlitos.

Desde el primer set, ninguno de los dos cedió; ambos aprovecharon su saque para marcar en la pizarra y estar pegados uno del otro, hasta definir los dos parciales en tie break.

Así de pegados, también, estaban los aficionados en las tribunas, porque esta final olímpica causó conmoción en París. Se agotaron los espacios y la única opción para estar cerca del duelo eran las escaleras y los pasillos, donde, por lo menos, se escuchaban los golpes y gritos de los tenistas cada que impactaban la pelota, siendo el alarido de victoria de Nole el que más se escuchó en todo el complejo.

"Tengo millones de emociones diferentes y todas positivas. La posibilidad de luchar por un oro y ganarlo, por primera vez en mi carrera, para mi país, es el mayor éxito que he tenido", comentó el serbio.

La tristeza estaba con Alcaraz, quien también lloró, pero de frustración, porque "Duele perder así", aunque se rindió ante Nole, ya que "Dio más que yo y se merece todo esto".