Nadan entre peces muertos en Jalisco

Los niños mitigan el calor chapoteando en la Laguna de Cajititlán

GUADALAJARA, Jalisco

Es verano y qué mejor forma de mitigar el calor que chapoteando en la Laguna de Cajititlán... entre peces muertos.

A unos metros de la orilla, Melany, Monserrat y otra pequeña organizan carreras de natación. Las brazadas y patadas rompen la nata verde y espumosa que cubre el agua y esparcen a los cientos de “popochas” que yacen muertos, víctimas de la falta de oxígeno en el manto lacustre.

No les importa. Sumergen todo el cuerpo; al salir, abren la boca para tomar aire, y luego escupen el líquido que alcanzó a entrar.

Incluso agarran los peces muertos y los empuñan en la mano, como si se tratara de racimos de flores.

Toda la orilla de la laguna está llena de peces conocidos como popochas. Empezaron a aparecer hace una semana, asegura J. Luis Castillo, trayendo al poblado un olor a putrefacción y drenaje que da la bienvenida a turistas y locales.

“Hay muchitos, no sabemos qué pase, pero en este tiempo de la lluvia empiezan a morirse muchas y el pescado muerto con el Sol hace que huela feo”, afirma.

Para tratar de mitigar el problema y desinfectar la zona, la orilla de la laguna tiene cal que, según don Luis, fue esparcida por personal del Ayuntamiento de Tlajomulco, pero de poco sirve. 

El “perfume” que anuncia la llegada a Cajititlán es molesto para los turistas, quienes se toman la foto, caminan un poco y abandonan el lugar. 

“La verdad no se antoja estar mucho aquí, qué feo que tengan así a la laguna, es un lugar muy bonito, pero no se puede disfrutar mucho”, lamentó Eugenia, quien es originaria de Michoacán.

Desde la parroquia, donde los Reyes Magos cuidan al pueblo, el olor penetra por la nariz y se queda en la garganta. Las calles están sucias y cubiertas de cal. Ahí, dicen los habitantes, ponen los peces muertos para después trasladarlos a otro punto, donde hacen composta con ellos.

Aunque para los turistas el olor es insoportable, para los pobladores se ha convertido en algo cotidiano y han hecho de la laguna su punto de reunión y esparcimiento.

A la orilla, sacan sus alimentos y hacen un día de campo. Los niños avientan piedras tratando de hacer “patitos”, pero cada golpe en el agua “alborota” el mal olor y espanta a las moscas.

Esto no es impedimento para que Monserrat, Melany y una de sus amigas, con permiso de su mamá, naden en la orilla, entre peces muertos, basura y una nata de contaminación.