Cae la tarde, un sábado de mucho sol, pero insuficiente para iluminar al interior del mercado.
Las cortinas de acero dan un toque tétrico. Pasillos solos. Con paredes carcomidas cubiertas de telarañas.
En el Mercado Zaragoza
Yo tuve un gran amor
Que fue mi adoración
Por eso le di mi querer
Un silencio siniestro recubre una atmósfera para los pocos visitantes que cruzan el laberinto de pasillos.
Pocos negocios sobreviven. Pandemia, desinterés del Gobierno por impulsar el turismo, complicaciones para encontrar estacionamiento. Muchas causas que han alejado a los consumidores.
Y en el mercado
Zaragoza la vine
Yo ha perder por
Un nuevo querer
Porque yo no puedo
Vivir sin mujer
Un fúnebre clima se percibe al andar por un Mercado que perdió su brillo, sus negocios abandonados y sus bancas vacías.
Sirve sólo para acortar distancia. Personas que cruzan lo hacen sin mirar los últimos negocios que aún ofertan sus productos. Otros recorren los pasillos con indiferencia.
Mercado, yo no te conozco. No sé nada de ti.
Sé que te dicen Zaragoza. Sé de tus pasillos
Sombríos, a veces llenos de luz…
El Mercado Zaragoza se muere ante la vista de todos.