Al igual que este famoso osito come miel, el mundo entero ha sentido fascinación con este dulce alimento desde tiempos inmemoriales cuando comenzó a consumirlo, primero, recolectando miel de panales salvajes y, después, logrando su cultivo a través de la domesticación de abejas: la apicultura.
“La miel se obtiene de la transformación del néctar o polen de las flores. Las encargadas de este proceso son las abejas melíferas, quienes se dedican a recolectar el polen y llevarlo de regreso a la colmena en donde comenzará su transformación”, explica la experta en miel y directora de A de Abeja, Arlette Gómez. Este proceso es todo menos sencillo, para comenzar, Arlette explica que las abejas (llegan a ser hasta 80 mil por colmena) se alejan de su panal unos ocho kilómetros de radio y que, en promedio, pueden llegar a chupar hasta cuatro mil flores diarias.
“Primero, lo que hacen las abejas es recolectar el néctar y/o polen de las flores; también algunas resinas de árbol, aunque esta la utilizan más para sellar su panal, el famoso propóleo. Una vez recolectado el néctar lo regresan a la colmena y ahí sucede la magia de este dulce líquido”, explica Arlette.
Las diminutas abejas cuentan con dos estómagos: uno es para su alimentación y otro para procesar la miel. Después de que el polen pasó por este último, lo regurgitan y se lo pasan entre ellas por medio de “besitos” para restarle humedad.
Ya que la miel ha pasado por este proceso, es depositada en las celdas hexagonales del panal y recibe un tratamiento más: las laboriosas abejas aletean a alta velocidad para reducir aún más humedad [esta tiene que ser menor a 21%]. Ya cumplido este paso, sellan el hexágono con cera.
A este proceso se le llama operculado y significa que la miel ya está lista para extraer y, ahora, todo depende del conocimiento y habilidad de los apicultores.
Para los que se preguntan qué sucede si la miel no es cosechada, la respuesta es: nada. Simplemente es usado para consumo de la propia colmena.
“Recordemos que las abejas silvestres no necesitan de los humanos y la miel es simplemente parte de su alimentación. De hecho, la miel la producen para ellas mismas y en menor o mayor cantidad dependiendo del tamaño de la colonia”, expone.
DE MÉXICO PARA EL MUNDO
Existen más de 20 mil especies de abejas y, en México, más de dos mil, sin embargo, de esta enorme cantidad, únicamente son siete las que producen miel. Sobra decir que la miel mexicana es de las mejores del mundo y nuestro país es un importante productor y exportador.
La miel nacional no le pide nada a mieles producidas en otras latitudes como, la Manuka, una miel de Nueva Zelanda y Australia que ha tenido un importante boom comercial en los últimos años.
“En México tenemos mieles impresionantes que si bien no gozan de tanta mercadotecnia [como la Manuka] son de excelente calidad y están llenas de propiedades de todo tipo. “El objetivo es consumir lo que nuestro país produce y hacernos más conscientes sobre nuestro papel en la cadena de valor. Realmente, la miel de calidad no es cara si tomamos en cuenta el trabajo que hay detrás de ella: desde la abeja que trabajó durísimo hasta el apicultor que la cosechó”, comparte Arlette sobre la importancia del consumo de miel nacional.
¿CÓMO RECONOCER UNA BUENA MIEL?
La miel es uno de los alimentos que sufren más adulteraciones. Se puede rebajar tanto con jarabes o con agua y, al poseer un sabor fuerte, esta adulteración se disfraza.
“El primer paso para saber si tu miel es de calidad es preguntando sobre su origen: ¿quién es el apicultor? ¿qué flores comieron las abejas? También hay que acostumbrarnos a leer las etiquetas y esto es algo que deberíamos de hacer con todo”, dice.
Un viejo truco para saber si rebajaron la miel con agua es con un cerillo, si lo remojas y prende, es pura; si lo remojas y no prende es que esa miel contiene agua.