En los últimos años han sido muchos los cambios vividos en la sociedad en cuanto a lo que a salud mental se refiere. Hablar de problemas psicológicos ha dejado de ser un asunto tabú, de manera que cada vez son más las personas que se inclinan por acudir a un profesional para recibir la ayuda que tanto necesitan.
Si antaño era difícil hablar sobre salud mental siendo adulto, la situación de los niños y adolescentes era aún más complicada. Hasta hace no mucho, los pequeños eran considerados personas de segunda, sin derecho a quejarse ni a opinar como los mayores. Esto ha venido determinado, entre otras cosas, por el mito de la infancia feliz.
Este hace alusión a la creencia generalizada de que los primeros años de la vida siempre son felices e inocentes, una idea que ha calado hondo en el pensamiento colectivo. Sin embargo, la realidad es que el malestar emocional puede aparecer en cualquier momento de la vida, incluyendo la infancia. En otras palabras, ser niño no garantiza sentirse bien, de manera que los menores también tienen muchas veces la necesidad de contar con ayuda profesional.
El reconocimiento de los problemas psicológicos en la infancia ha implicado una demanda cada vez mayor de profesionales especializados en la psicoterapia infanto-juvenil. Sin embargo, los psicólogos que ejercen su labor en este ámbito trabajan de manera totalmente distinta a aquellos que se enfocan en acompañar a pacientes adultos. Esto se debe a que existen diferencias importantes entre los dos tipos de procesos terapéuticos, las cuales comentaremos en este artículo.
¿EN QUÉ SE DIFERENCIAN LA PSICOTERAPIA EN NIÑOS Y EN ADULTOS?
A continuación, vamos a comentar algunas diferencias importantes entre la psicoterapia infantil y adulta.
1. PARTICIPANTES EN EL PROCESO TERAPÉUTICO
En los procesos terapéuticos con personas adultas, generalmente el profesional realizará su trabajo únicamente con el cliente que ha demandado los servicios. De manera puntual, puede que incluya en alguna sesión a algún familiar que desee colaborar para ayudar al paciente, pero no es algo imprescindible. De hecho, muchas personas prefieren no involucrar a parejas y familiares en sus procesos porque no quieren preocuparles, porque no les han contado que acuden a terapia o porque simplemente no guardan una buena relación con ellos.
Por el contrario, el proceso terapéutico con niños y adolescentes requiere, necesariamente, el trabajo sobre varios ejes distintos. Esencialmente, el profesional tendrá que incluir a los padres o tutores legales en el tratamiento, ya que son ellos quienes poseen la responsabilidad sobre ese menor. Además, con los pacientes menores muchas veces se lleva a cabo una intervención indirecta, de manera que se brindan pautas a los adultos para modificar posibles dinámicas problemáticas que perjudican a ese niño o adolescente.
Añadido a esto, también suele ser recomendable contar con la colaboración del centro escolar, ya que en este espacio el paciente pasa muchas horas al día. Así, el contacto frecuente con el orientador escolar es algo habitual para un terapeuta infanto-juvenil. De esta manera, la intervención para ayudar al paciente se coordina teniendo en cuenta todas las áreas importantes en la que se desenvuelve.
2. DECISIÓN DE ACUDIR A TERAPIA
Cuando un adulto acude a terapia, este siempre lo hace por voluntad propia. Es posible que en su decisión haya influido la opinión de terceros, pero es él quien tiene la última palabra. Sin embargo, esto no es para nada así cuando hablamos de niños y adolescentes. Cuando el paciente es menor, siempre acude a terapia porque sus padres así lo han decidido. Si sus progenitores no están conformes, difícilmente podrá asistir a un profesional.
De hecho, los terapeutas infanto-juveniles deben tener un conocimiento exhaustivo de los matices legales y todo lo que rodea al consentimiento por parte de los adultos. Cuando los progenitores están separados, es relevante tener en cuenta que ambos tendrán que manifestar su conformidad por escrito a no ser que uno de ellos estuviese privado de la patria potestad por alguna razón.
El hecho de que un niño o adolescente vaya a consulta sin que esta sea su decisión implica que el profesional tendrá que trabajar para formar un buen vínculo terapéutico con él. Aunque hay quienes acuden al psicólogo sin inconveniente, otros pueden presentarse en la primera sesión con mucho rechazo. El terapeuta tendrá que lograr un clima cómodo y confiable, de manera que el paciente sienta sintonía con él. Aunque con adultos también pueden surgir dificultades para vincular, la realidad es que con ellos al menos se cuenta con la certeza de que están en la consulta porque quieren.
3. JUEGO VERSUS PALABRAS
La terapia con los niños y adolescentes debe basarse en dinámicas de juego, movimiento y simbolismo. En cambio, con los adultos se suele emplear como elemento central la palabra, de manera que las sesiones cobran la forma de una conversación. Los terapeutas infanto juveniles siempre deben tener su consulta repleta de muñecos, juegos y espacios abiertos que permitan moverse, jugar, divertirse y conectar.
Tratar a un niño como si fuera un adulto en miniatura es garantía de fracaso, pues su razonamiento no es abstracto como el de una persona mayor. Los más pequeños tienen un razonamiento concreto, que se centra en lo tangible y lo particular. Especialmente antes de los 7 años pueden tener dificultad para hacer inferencias y mantener su atención enfocada en algo por un lapso largo de tiempo.
Su pensamiento puede entremezclar la fantasía con la realidad, además de tener un cariz egocéntrico en la infancia más temprana. No es hasta los doce años que se empiezan a configurar formas de razonamiento más abstractas. Conocer estas particularidades es necesario para que el terapeuta aprenda a manejarse con los pacientes infantiles. La manera de trabajar con los más pequeños es por ello totalmente distinta de la terapia adulta.
4. PARTICULARIDADES DEL MOMENTO EVOLUTIVO
Tal y como comentamos en la introducción de este artículo, hace tan sólo unos años los niños eran considerados adultos en miniatura. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Problemáticas que se salen de lo normal en un adulto pueden ser perfectamente naturales en la infancia o la adolescencia, por lo que resulta clave que el profesional tenga conocimientos de psicología evolutiva.
Para comprender este punto pondremos un ejemplo. Una persona adulta puede tener miedo a estar sola o a conocer personas nuevas. Es un temor que le impide vivir su vida con normalidad y le genera mucho sufrimiento, ya que se espera de ella que sea independiente y capaz de mantener interacciones normales con personas diferentes.
Sin embargo, el miedo a los extraños y la ansiedad por separación son reacciones naturales en bebés y niños de hasta tres años de edad. Estos miedos de carácter evolutivo no son casuales, sino que constituyen mecanismos de supervivencia que favorecen la proximidad de las crías humanas con sus cuidadores. Como podrás ver, un mismo temor es motivo de problemas en un adulto, mientras que en un niño pequeño es un indicador de que el desarrollo sigue un cauce normal.
5. MOTIVO DE CONSULTA
El motivo de consulta es algo así como la razón principal que ha llevado al paciente a pedir ayuda. Con pacientes adultos, es posible que al inicio se haga énfasis en un problema y que, a medida que avanza la terapia, se vayan descubriendo cuestiones más profundas. En el caso de los niños y adolescentes el motivo de consulta se debe preguntar a sus padres y a ellos por separado. Esto es importante porque, en ocasiones, no existe congruencia entre lo que manifiestan unos y otros.
Esto se debe a que los padres son grandes expertos en identificar problemas en la conducta externalizante, es decir, aquello que los demás pueden ver. Sin embargo, muchas veces los adultos son ajenos a los síntomas internalizantes, es decir, aquellos que pertenecen al mundo interno del niño y que no siempre son evidentes para los demás. Por eso, entrevistas a ambas partes permitirá contrastar la información y entender mejor cuál es la demanda real.
CONCLUSIONES
En este artículo hemos hablado acerca de algunas diferencias existentes entre la terapia infantil y la adulta. Hace tan sólo unos años, los niños eran considerados adultos en miniatura. Además, se esperaba de ellos que fueran naturalmente felices, ya que siempre se ha asociado la infancia con la inocencia y la despreocupación. Sin embargo, la realidad es que los niños y adolescentes también tienen problemas y poseen el derecho de sufrir como los adultos. Empezar a reconocer su malestar ha llevado a una demanda creciente de profesionales de la psicología especializados en infancia y adolescencia.
Sin embargo, el desarrollo de la terapia con ambos tipos de poblaciones es radicalmente diferente. Hacer terapia con los más pequeños implica construir una interacción basada en el juego, los símbolos, el movimiento, el dibujo, etc. En cambio, con adultos el foco suele situarse en la palabra, de manera que las sesiones fluyen aparentemente como una conversación. También es importante tener en cuenta que en terapia infanto-juvenil se debe implicar a los padres y al centro escolar, ya que estos ejes forman parte de la vida del pequeño. Además, los niños no son los que deciden si acudir o no a la sesión, lo que puede dificultar su motivación y vinculación con el profesional al inicio.