Un antiquísimo proverbio chino reza lo siguiente: “los patos salvajes siguen al líder de su parvada por la forma de su vuelo y no por la fuerza de su graznido”. El liderazgo ha sido un tema de interés para los seres humanos desde el momento en el cual comenzamos a reunirnos con otros para asegurarnos la supervivencia (podíamos decir, desde el origen mismo de nuestra especie).
Los grandes hitos de la historia se han escrito gracias al trabajo de un buen líder con su equipo. Los “pequeños hitos”, quizás no tan trascendentales pero igualmente significativos, como entregar un proyecto a tiempo en el trabajo, también resultan de la relación entre el estilo de liderazgo de un jefe y el grupo con el que trabaja. En la actualidad, las demandas del siglo XXI han desembocado en la presentación de una serie de nuevos requisitos necesarios para ser un buen jefe y liderar a un equipo. En este artículo abordaremos tal tema.
LOS DESAFÍOS DEL LIDERAZGO EN EL SIGLO XXI
Los cambios introducidos en el cambio de milenio han calado en todas las áreas de nuestra vida, por lo que es esperable que el mundo organizacional no sea la excepción. Por ejemplo, las condiciones de trabajo se han modificado, virando hacia vínculos laborales intermediados por la tecnología. Cada vez es más habitual el trabajo remoto, el home office; también las modalidades híbridas y las reuniones por videoconferencia. En aquellos trabajos donde perdura la presencialidad, también están los dispositivos electrónicos involucrados en el trabajo, pudiendo utilizarse como herramientas útiles para la resolución de una tarea, para comunicarse, o como formas de distracción.
Este contexto, por lo tanto, ha supuesto un desafío a las nociones modernas tan arraigadas sobre lo que se suponía que “debía ser” un jefe. Quizás, incluso hacia principios del siglo XX, los jefes acostumbraban a tener formas de liderar basadas en el autoritarismo y el castigo recurrente. Puede que a muchos se nos venga a la mente la película de Charles Chaplin, Modern Times, donde el jefe o capataz no demostraba interés en las condiciones laborales de la fábrica y pretendía suspender la hora del almuerzo para que los trabajadores siguieran produciendo. Hoy en día ese estilo de liderazgo está en declive. La posmodernidad ha cambiado la concepción misma del trabajo: ya no se busca obtener un puesto de trabajo y preservarlo durante toda la vida, pues las nociones modernas de “progreso”, “ahorro”, y “futuro” han caído en picada. Ahora, el tiempo de permanencia en un mismo empleo es menor; son efímeros en tanto en la posmodernidad no hay certezas aseguradas. Esto no tiene por qué ir acompañado de un juicio de valor: son los cambios que se han gestado a la luz de las transformaciones socioculturales y económicas de las últimas décadas.
LOS ESTILOS DE LIDERAZGO
Los jefes, por lo tanto, han de adaptar sus formas de liderazgo a dichas modificaciones históricas. Algunos teóricos distinguen tres estilos de liderazgo, clasificándolos en los siguientes tipos:
Autoritarios: son los tipos de líderes que dan ordenes rígidas, verticales, y esperan la obediencia inmediata de los demás sin contraargumentación. Los planes se hacen de forma diferenciada del resto del grupo. Los jefes que utilizan este estilo de liderazgo rara vez reconocen el esfuerzo o trabajo del otro y las acciones están orientadas a la competitividad y la hiperproducción.
Democráticos: estos líderes no hacen sugerencias, sino más bien que solicitan opiniones a los integrantes del grupo en torno a una decisión. Las decisiones se toman democráticamente, cada individuo emite su opinión por su cuenta, y son consideradas por el líder antes de tomar la decisión.
Participativos: los jefes que emplean un modo participativo de liderar mantienen al grupo informado sobre el futuro, y les permite proponer cambios, tomar decisiones y debatir. Los jefes participativos rara vez toman las decisiones y relegan esta tarea a los empleados, ofreciéndoles plenamente su confianza.
Muchos estudios coinciden en que los estilos de liderazgo democráticos y participativos tienen efectos positivos en la performance del grupo. En el estilo participativo, los empleados tienen mayor confianza en su trabajo y en su capacidad para tomar decisiones. Es el que mejores resultados suele presentar en la mayoría de ocasiones. El estilo democrático es muy útil para la resolución creativa de problemas y el entrenamiento para convertirse en líderes, ya que los empleados consideran que su voz es escuchada y perciben cierta autonomía en su labor. Por su parte, el estilo autoritario tiende a arrojar peores resul tados sobre la performance y la relación entre las partes de una organización, pero puede ser apropiado cuando algunos empleados todavía no están familiarizados con el trabajo y necesitan indicaciones concretas; o cuando las normas de la compañía no están siendo respetadas.
LAS CARACTERÍSTICAS NECESARIAS PARA SER UN BUEN JEFE
Estos estilos de liderazgo son definidos en el plano teórico como estilos típicos, es decir, como formas ideales de liderazgo que rara vez se manifiestan de manera pura en la realidad. Un superior puede tender a valerse de un modo de liderazgo autoritario, pero en ocasiones consultar por la opinión de alguno de los integrantes del grupo. Los jefes no deberían desechar por completo los tipos ideales de liderazgo menos eficientes, como el autoritario, sino contar con la suficiente flexibilidad como para tomar aquellas cualidades de este estilo que sean pertinentes para una situación. De hecho, la flexibilidad es una característica fundamental para ser un buen jefe, ya que permite ampliar el repertorio de respuestas hacia distintas situaciones desafiantes. Responder de la misma manera a conflictos muy divergentes no es una buena fórmula para liderar.
Por otra parte, existen ciertas cualidades generales que un buen jefe presenta más allá de la situación por la que el grupo esté atravesando. En otras palabras, son características transversales de su personalidad o de su modo de actuar que son sostenidas tanto en momentos estresantes como en instancias de distensión. Algunas de estas características son:
Empatía: es fundamental para comprender las situaciones individuales que afectan a cada uno de los integrantes del grupo.
Asertividad: los jefes deben ser capaces de expresar con claridad sus necesidades, sus opiniones, y ser capaces de sostenerlas o ponerlas en cuestionamiento según la situación.
Inteligencia emocional: implica ser conscientes sobre los propios pensamientos y emociones, y también ser capaces de reconocer estos estados en los demás. Les pervmite la autocrítica respecto a sus propias acciones, como así también observar cómo sus decisiones son percibidas desde el lugar de los demás.
Vulnerabilidad: saben el punto en el cual una situación les excede, tanto a nivel emocional como a nivel de capacidades resolutivas. Pueden pedir ayuda o soluciones alternativas a otras personas del grupo. No temen expresar sus defectos, y eso, lejos de ser perjudicial, suele afianzar los lazos con el resto del grupo en tanto los hace más humanos.
En definitiva, la integración de estas características al estilo de liderazgo más adecuado para cada situación componen los requisitos necesarios para ser un buen jefe en la actualidad. El siglo XXI está determinado en gran medida por la constante exposición a la contingencia y el cambio, por lo que es clave contar con líderes flexibles para adaptarse y gestar, junto al resto del grupo, un clima laboral óptimo para trabajar.
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