Secuelas del abuso sexual infantil

Ser víctima de abuso sexual durante la infancia acarrea secuelas en la vida adulta

Adultos que en su infancia sufrieron de abuso sexual infantil (A.S.I.) llevan consigo una herida que sangra, un dolor que, sin un correcto abordaje, se instala de manera tortuosa que afecta en la vida diaria y que cuesta cicatrizar, sienten que con esta violenta situación les han matado la infancia, una muerte del alma. De niños, pierden la confianza, se sienten desamparados, aparece el miedo, la indefensión, y queda un trauma como experiencia de horror y brutalidad de lo que fueron objeto de una situación en la que no dieron su consentimiento, ni fueron participes voluntarios de la escena.


¿CÓMO IMPACTA UN CASO DE ABUSO?

Infantes que se vieron sometidos a lo que no entendían y se sienten culpables, se perciben responsables de seducir. Por esta culpabilidad que emerge en la víctima, sumado a las amenazas que es común que reciban de parte del abusador, amenazando con algo que le puede pasar a alguno de los familiares si se enteran de lo que sucede, hace que terminen sometiéndose y anclándose en el silencio, haciendo indefinible en el tiempo el sufrimiento, un trauma profundo que lo acompaña en su vida.

Las secuelas que aparecen en la vida adulta de este trauma infantil, se pueden expresar por ejemplo: en dificultades en los vínculos relacionales, en la sexualidad, autoestima, autolesiones, trastornos de ansiedad, ataques de pánico, trastornos psicosomáticos, depresión y más. El A.S.I. es considerado a partir de cualquier forma de contacto físico, con o sin violencia, con o sin intimidación o consentimiento, se incluyen proposiciones verbales, exhibicionismo, explotación y pornografía.

Esto le sucede a la víctima con alguien con quien mantiene una relación desigual sea por edad, poder o madurez de desarrollo, un abusador que somete a la víctima utilizando su poder con presión, engaño, imposición del secreto, intimidación, amenazas y hasta fuerza física.


¿LA FAMILIA LO SABE?

Puede que sí, puede que no. Pero existen casos en que familiares se transforman en cómplices, miran para otro lado por alguna conveniencia personal, tratan de ocultarlo por diversos motivos, por ejemplo: el sostén económico del abusador en la familia es una de las principales causas, o, por la supuesta imagen de conformación de valores morales familiares, en estas situaciones, las víctimas terminan siendo revictimizadas por un pacto tácito del silencio.

Otra cuestión que puede pasar es, cuando mantiene el secreto y lo revela de manera tardía, en el mejor de los casos puede que la comprendan, sin embargo, también hay quienes desacreditan la versión negando lo que acontecía. Lo horroroso es que, en estos casos, quien se entera y no actúa, se hace cómplice por ocultamiento de la situación, y la víctima se siente doblemente desprotegida de un hecho que sucede o sucedió y parece irremediable si no hay una intervención protectora inmediata.

Por todos estos motivos, la necesidad de hablar sobre estos temas es cada vez mayor, con la apertura, transparencia y seriedad que amerita para que, con el correr del tiempo, las opciones de protección superen en mayor medida a la de complicidad familiar.


¿QUÉ HACER ENTONCES?

Este daño con suerte se transforma en cicatriz. ¿Cómo? Relatando lo traumático en sesiones terapéuticas. ¿es fácil? A la víctima de abuso le cuesta porque intenta borrarlo de su memoria, por la esencia misma de estos sucesos, no puede darle salida desde la palabra, hay algo que todavía no puede elaborar: la culpa, vergüenza, impotencia, complicidad, se enferman en cuerpo y mente.

Esto que fue guardado secretamente durante tanto tiempo que, cuando lo expresan, tiene tal potencia traumática que sienten que fue una confesión como un hecho de valentía. Resulta necesaria esa expresión de la escena que vuelve a la memoria y se expresa en síntomas abordándolos uno a uno de manera específica e identificando los puntos más urgentes. A partir de ahí, el objetivo es ofrecer un espacio de escucha activa, con comprensión y empatía, a fin de que el paciente se dé el permiso de recuperación.

Lograr que reelabore la experiencia traumática entendiendo que los síntomas actuales tienen su origen, conductas de hoy con afectaciones emocionales a fin de poder construir subjetivamente un nuevo comienzo, que esto que ocurrió amerite a que fuera transformado en una cicatriz que no sangre, aunque imborrable, pero que pueda con esta subjetividad dañada ser un sujeto libre de la condena traumática.