Rumbo a la pesadilla

Desde Carpatia, llegan veinticuatro pesadas y extrañas cajas de madera con cargamento desconocido para ser subidas a la goleta rusa Deméter

Ciudad de México

Hay desconfianza entre algunos marineros, pero con el visto bueno del capitán Eliot (Liam Cunningham) ingresan y son resguardadas en la bodega: será el último viaje del Deméter.

En la novela "Drácula", de Bram Stoker, el pesadillesco trayecto marítimo es reconstruido escuetamente a través de un recorte periodístico y fragmentos de la bitácora de la embarcación.

La película Drácula: Mar de Sangre, que se estrena este jueves en el País, extiende los acontecimientos y muestra cómo en una de esas cajas descansaba, precisamente, el mítico vampiro.

Debilitado al atravesar corrientes de agua, el monstruo (interpretado por Javier Botet) necesitaba llegar sano y salvo a Londres, por lo que debía alimentarse de los integrantes de la tripulación.

"Es un Drácula menos romantizado, sin esa cara de galán de Hollywood y con pinta de guapo malo. Es un Drácula más acercado a la ´animalidad´ de un vampiro, que es su naturaleza, y te anticipa que pocos sobrevivirán, y lo que te hace mantenerte en vilo es adivinar ¿quiénes?", afirma Cunningham, en entrevista.

El filme de André Øvredal ha causado gran expectativa entre los fans del terror. 

A bordo del Deméter están el pequeño Toby (Woody Norman) y el Dr. Clemens (Corey Hawkins), quien llega por la simple camaradería que estableció con el capitán, a pesar de los prejuicios sobre la gente negra.

El anti héroe del filme es Wojchek, el primer oficial al mando, encarnado por David Dastmalchian.

"Hay misterios y terror en esta historia llena de aventuras, de decepciones, de frustración, siempre en torno a un monstruo que va aniquilando a la tripulación de un barco muy pacífico", menciona Cunningham.

"Este terror, tan bien logrado, de saber quién sobrevive y adivinar qué carajos quiere ese maldito demonio, me cautivaron", apunta Dastmalchian.

Ambos actores describieron el rodaje (en Alemania, para los interiores del barco; en Malta, para exteriores) como un viaje de imaginación y desafío histriónico.

"Teníamos que simular batallas, con luces, ruidos y un ente imaginario que no estaba, pero sabíamos que en la pantalla se vería. La precisión, casi quirúrgica, fue esencial, porque era: ¿dónde me paro, adónde voy, cómo me muevo? 

"Todos quedamos impresionados de cómo la tecnología te conduce hacia un universo visual que no existe, pero que lo ves y quedas maravillado", acota Cunningham.