Era 1986. La ciudad de Monterrey respira un ambiente de paz y seguridad. No se habla de delincuencia ni balaceras, es por eso que en esa atmósfera de tranquilidad conmocionó la noticia de un niño secuestrado.
El niño Hernán Marcelo Villarreal Urrutia, de 9 años, fue secuestrado al salir de clases del Colegio Contry.
Aunque era uno de los colegios más importantes y con fama de ser también caro, la entonces área de Monterrey era tan segura que muchos niños salían de clases y se iban caminando a sus casas.
Principalmente los que vivían cerca del colegio. Se iban caminando en grupos sin ser molestados por nadie.
Algunas madres de familia sí acudían por sus hijos en la escuela, pero los niños esperaban afuera del colegio, no como ahora que los estudiantes no salen a la calle hasta que lleguen por ellos.
El niño Hernán Marcelo fue secuestrado por el uruguayo Jorge Bochkavior Futivo, alias “El Ruso” y su cómplice Juan Carlos Pedrón Kury.
No sé sí fue obligado o por engaños, pero el niño Hernán subió a un automóvil Ford Topaz blanco, con reporte de robado.
“El Ruso” no era un delincuente común. Ya que tenía un elevado coeficiente intelectual. Era un hombre violento, sádico y extremadamente inteligente.
Llevaron al niño a una tienda de helados Danesa 33 ubicado en Boulevard Acapulco y Avenidas Las Torres. Ahí cambiaron el auto por un Volkswagen.
Los delincuentes obligaron al niño Hernán a grabar un mensaje que decía: “Papá, mamá, estoy bien, vengan por mí, saludos a mis hermanos”.
Después de la grabación, “El Ruso” le inyectó al niño un centímetro cúbico de Ronpum, una sustancia que sirve para inmovilizar a animales en las cacerías.
Luego se le ordenó a Pedro Kuri, Anselmo Franco y Nicolás Tamez Ramírez, cómplices de “El Ruso”, que asesinaran al niño y tiraran su cuerpo en las afueras de la ciudad de Monterrey.
Para comentar el crimen, utilizaron un cable eléctrico para estrangularlo. Luego echaron el cadáver un un costal de ixtle y lo tiraron en una noria en la población de El Barrial, en Santiago, uno de los municipios vecinos de Monterrey.
Aunque el niño ya estaba muerto, “El Ruso” se comunicó con la familia y le exigió 100 millones de pesos.
No sé sabe por qué exigían una cantidad tan alta, ya que la familia Villarreal Urrutia no era tan adinerada para cubrir la exigencias de los secuestradores.
La noticia trascendió a los medios de comunicación. En un principio no se reveló nada, pero todo se supo cuando trabajadores de la Secretaría de Obras Públicas descubrieron el cadáver del niño en el fondo de la noria.
El cuerpo estaba irreconocible. Uno de los primeros indicios fue la ropa y los tenis que tenía el niño, ya que eran de una marca norteamericana que en aquel entonces no se vendían en México y muy pocos niños tenían.
Luego de los análisis, se comprobó que el cuerpo sí era del niño Hernán Marcelo.
“El Ruso” y sus cómplices al no tener con que negociar huyeron de Monterrey, pero fueron capturados en la Ciudad de México.
En un macro operativo policiaco fueron entregados a la Procuraduría de Nuevo León.
Era tanta la indignación de la sociedad, que se pensó que serían linchados.
El sepelio del niño Hernán Marcelo fue un acontecimiento que atrajo a muchas personas. No conocían a la familia pero se unieron y espontáneamente fueron a darle el pésame.
Pero la historia de “El Ruso” no terminó con su captura. Fue encerrado en el entonces nuevo Centro de Readaptación Social de Apodaca, considerado la cárcel más moderna de Latinoamérica y que se decía que era imposible escapar.
Sin embargo, “El Ruso” lo logró, ya que con su inteligencia logró memorizar todo el centro penitenciario y preparar un plan de fuga.
Con ayuda de un delincuente apodado “El Ñacas” escaló una de las torres de vigía de la cárcel, pero al saltar hacia el exterior del penal, la suerte no acompañó a “El Ruso”, ya que se fracturó una pierna y fue capturado.
Sin embargo, “El Ñacas” sí logró huir.
“El Ruso” fue trasladado a una cárcel del estado de Morelos, en donde permaneció hasta mayo del 2013, ya que murió víctima de un paro cardiorespitario a la edad de 60 años.