Venganza y muerte
Luz abrió la puerta de su casa después de unos minutos de que escuchó el timbre. Confiada no preguntó quién era la persona que tocaba. Al abrir, una ráfaga de balas sacudió su cuerpo y cayó en medio de un charco de su propia sangre
A
ntes de cumplir 15 años, Luz había desarrollado una pequeña empresa para ganar unos pesos: Vendía empanadas de piña. Primero entre sus compañeros de la secundaria de la colonia Benito Juárez. Lo hacía porque realmente necesitaba el dinero, en su casa nunca faltó lo necesario, pero tampoco era de estar desperdiciando las cosas.
Rompió su vergüenza de dedicarse a vender empanadas. Lo hacía entre sus amigas más cercanas, pero ellas corrieron la voz de la nueva empresaria y en unas semanas toda la secundaria sabía donde comprar a la hora del descanso.
No era muy bonita ni muy fea, algo así como termino medio. De cabello negro que caía hasta los sus hombros que siempre coronaba con una peineta, piel morena clara y de delgado cuerpo de modelo de revista de corazón. Eso sí, caía muy bien.
-Eso te pasa por quitarme el novio.
-¡Oye!, se nos pasó la mano; tengo miedo. ¡Si nos meten a la cárcel!
-Ni modo, ella se lo buscó y nosotras no decimos nada.
Vivía cerca de la secundaria de la colonia Benito Juárez, así que no tenía mucho apuro de levantarse temprano para ir a la escuela.
Logró aumentar sus ventas de empanadas, pero al llegar el fin del año escolar sabía que tenía que hacer algo para seguir ganando dinero, además le entró el gusto de poder comprar lo que ella quería sin pedir permiso a sus papás. Disfrutaba ese aire de libertad que gozan los adolescentes que creen que pueden ser independientes.
Así que con más interés que pena salió a las casas cercanas a vender empanadas.
-Compra empanadas, traigo de piña, cajeta y manzana
-¿A cuánto?
-Tres por 10 pesos
-No, en otra vuelta.
-¡Ándele!, están ricas.
-No, gracias.
-Gracias.
“Vender empanadas no es cualquier cosa, bueno, vender cualquier cosa es complicado”, pensó Luz.
Logró su primera venta hasta la segunda cuadra que caminó. Fue en la casa de Fernando o El Mero, como solía reconocerlo los pandilleros de la colonia.
El Mero ya no estudió ni trabajó, pero tenía dinero de quién sabe dónde. Sus padres nunca le reprochaban nada, cómo sí su hijo les compró una televisión gigante de pantalla plana y también una lavadora y secadora.
Salió bueno para los golpes, todos en la colonia Benito Juárez sabían que le había tupido al Costra, El Tavo y a Rubén, quien estuvo internado tres meses en el Hospital General y cuando fue dado de alta se fue a otra parte. Sus hermanas dicen que anda trabajando en Matamoros, pero todos saben que huyó del miedo.
-Saben bien las empanadas. Ven mañana y te compro más.
-De veras, ¿vengo?
-Sí
Luz estaba feliz. En El Mero encontró a su mejor cliente. “Es muy tragón”, decía la joven que estaba más que encantada con el dinero.
Tres semanas completas logró en El Mero vender sus empanadas, que la verdad sí estaban ricas pero tampoco para que alguien decida comprarlas todas de un jalón.
Así fue una tarde de sábado cuando El Mero le compró toda la canastita de empanadas.
-¿Todas?
-Es que voy a tener una reunión.
-¡Ah!, bueno.
El Mero tenía novia. Se llamaba Karina. De bonito cuerpo, le gusta usar minifaldas o pantalones bien apretados. También usaba mucho maquillaje sobre su piel blanca y a veces se pintaba su larga cabellera. Salió mala para la escuela, pero ni modo, como decía su mamá. Y la puso a trabajar en la carnicería de la familia.
Siempre le gustaba que llegaran los sábados porque El Mero iba a su casa por ella y se la llevaba a pasear. Sus papás no querían a El Mero, pero el muchacho les ayudó para comprar un refrigerador y les consiguió una pesa electrónica.
Luz y Karina estudiaron juntas, pero nunca fueron amigas. Luz muy callada y Karina muy parlanchina. Luz muy estudiosa y Karina vivía diciendo que su hermano le perdió la tarea. Luz muy seria y Karina muy rebelde. Pero ambas eran bonitas, ambiciosas y les gustaba el dinero. Las dos veían en El Mero la solución a sus problemas económicos.
La vendedora de empanadas mejor iba directo a la casa de El Mero, para qué andar dando vueltas a las cuadras si su cliente le compraba todas.
Era sábado y El Mero no estaba en su casa por andar con Karina. Ni modo, ese día Luz no ganó mucho y trabajó más.
“No siempre se gana”, dijo Luz, y esa noche se cenó sus empanadas.
Continuará...
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